Cuántas miradas, cuántas reflexiones, cuántas historias, artículos, reportajes, entrevistas y, al fin, conclusiones, en el 50 aniversario de aquel mayo francés del 68! En aquellos momentos, dos superpotencias lideraban dos grupos de países enfrentados entre sí. Dos visiones del mundo se pugnaban cultural, económica y políticamente. Había armas nucleares de por medio, con el peligro de una real hecatombe nuclear: el fin del mundo. No se ponen de acuerdo los analistas en la definición exacta de lo que fue aquel mayo francés: ¿Una revolución? ¿Grandes manifestaciones? ¿Varias semanas de huelgas? ¿Nuevos principios para una sociedad de descontentos? La verdad es que coincidieron actores tan dispares como los universitarios desencantados, los trabajadores descontentos, millones de jóvenes movilizados contra la guerra de Vietnam y pueblos de los cinco continentes deseosos de libertad. Para la historia ha quedado la larga lista de eslóganes colocados por todas partes, con desgarro ilusionante: «Sean realistas: pidan lo imposible», pintada en la Universidad Nueva Sorbona. «Mis deseos son la realidad», pintada en la Universidad de Nanterre. «El patriotismo es un egoísmo en masa», pintada de la Sorbona. «Decreto el estado de felicidad permanente», pintada en la Facultad de Ciencias Políticas. Y otras muchas, más populares, como «Prohibido prohibir», «La imaginación al poder», «Haz el amor y no la guerra», «Que las guerras dejen paso al amor». Pero la imaginación no llegó al poder, como pidió Sartre, ni las guerras dejaron paso al amor, como se pedía en los eslóganes más populares de los estudiantes. La derecha vivió aquel mayo del 68 como un «caos pasajero» que conviene olvidar. En su campaña electoral de 2007, Sarkozy lo identificó como «la fuente de todos los males: el relativismo moral, la confusión de valores, la pérdida de autoridad, el cinismo, la irresponsabilidad y la especulación». Rafael Alvira lo denomina como «la revuelta de los hijos de papá». Y saca una aterradora conclusión: «El 68 fracasó a corto plazo, pero su triunfo a medio plazo ha sido espectacular. La cultura en Occidente lo muestra: la familia matrimonial y la Iglesia han perdido fuerza social en gran medida. La enseñanza es «modernista» por doquier, incluso en muchos de los colegios religiosos que aún subsisten. Las costumbres son totalmente permisivas. Y aunque la igualdad sigue siendo una asignatura pendiente de completar, se ha conseguido ya algo muy relevante para lograrla: expandir por todas partes un estilo de vivir, de vestir, de hablar, de actuar, igualado por abajo, es decir, sin estilo». El sociólogo Alejandro Navas afirma que «la influencia del mayo del 68 ha sido mucho más notable en el ámbito cultural, ético-moral, que en el social y político». Y concluye: «En gran parte, lo de París fue más revuelta que otra cosa, con sus barricadas y adoquines. Lo que falta en las revueltas es un programa. Decía Lenin que «una revolución no se hace, se gestiona». Los 50 años de aquel 68 han de tener un fruto clamoroso: que nos haga «ver» lo que pasa ahora, por qué pasa lo que pasa y por qué no pasa lo que tiene que pasar. Es el gran reto: «¿Por qué no hacemos lo que nos corresponde y de lo que somos responsables, individual y colectivamente?».

* Sacerdote y periodista