Los obstáculos en el camino del brexit son cada vez mayores y Theresa May los ha ido salvando hasta el momento. Más de cinco horas de discusión con su Gabinete le costó a la primera ministra poder aparecer ante las cámaras para decir que el Gobierno hacía suyo de forma colectiva el principio de acuerdo alcanzado con Bruselas sobre la retirada británica de la Unión Europea después de una más que laboriosa gestación de 20 meses. Según May, solo hay tres opciones, el acuerdo alcanzado, ningún acuerdo o ningún brexit. Sin embargo, nuevos obstáculos se alzan en el camino. El mayor, la votación que debe celebrarse en el Parlamento, pero no se puede descartar que en el corto camino que va de la residencia de Downing Street a Westminster, el acuerdo ya descarrile. Y no solo. La propia primera ministra puede verse abocada a la dimisión deseada por sectores poderosos de su propio partido.

Cada día que pasa, la carga divisiva de una de las decisiones más importantes de la política británica desde la segunda guerra mundial aparece con mayor crudeza. Pese a la pregonada unanimidad del Gabinete, las espadas aparecían en alto en Londres ante un principio de acuerdo que encuentra más detractores que defensores, tanto en las filas del Partido Conservador como en las de la oposición laborista y en las de quienes mantienen a este Ejecutivo con vida, como es el Partido Democrático Unionista de Irlanda del Norte, que no está dispuesto a que se crucen las que consideran líneas rojas sobre la frontera entre el Ulster y la República de Irlanda. Tampoco gusta en Escocia.

El acuerdo, en el aspecto que interesa muy particularmente a Andalucía, incluye un protocolo sobre Gibraltar con las bases de cooperación administrativa entre España y Londres en áreas como cooperación aduanera, la fiscalidad, el tabaco o la pesca, y forma parte de un paquete más grande de acuerdos bilaterales en relación con Gibraltar.

El brexit ha sido un gran y desgraciado disparate desde el primer día, promovido por unos personajes de dudosa adscripción política como Nigel Farage --que posteriormente llegó a admitir tranquilamente que había mentido--, una prensa sin escrúpulos de ningún tipo y un primer ministro, David Cameron, que solo pretendía salvar su futuro en el Partido Conservador convocando el referéndum.

Frente al desorden que se registra en Londres, la postura sólida y compacta que Bruselas ha mantenido en todo momento desde que se empezó a negociar el pasado año ha resultado determinante para alcanzar un acuerdo. Que no guste a los británicos, tanto a los partidarios del brexit como a quienes quieren seguir siendo miembros de la UE, no es responsabilidad de Bruselas. Lo es de quienes en el Reino Unido, haciendo gala de una descomunal frivolidad, han puesto al país en un camino cuyo final sigue siendo ignoto.