Mis primeros balbuceos lectores llegaron de la mano de una monja joven, guapa, dulce y comprensiva llamada sor Pilar. Al colegio le decíamos "Termens", con el tiempo aprendimos que era el título de una vizcondesa, una mujer egabrense llamada Carmen Giménez Flores (1867-1938), quien entre sus realizaciones dejó aquel colegio (1930). Los testimonios sobre ella, y las fotografías que se conservan, hablan de una mujer atractiva; sus aventuras amorosas fueron muy conocidas, hasta el punto de que Valera comentaría que le habían contado algunas de sus andanzas y que estaba seguro de que podrían servirle para escribir una novela. De todo ello, lo que se conoce con mejor detalle es su relación con Antonio de Orleans, casado con la infanta Eulalia de Borbón, hija de Isabel II, y en consecuencia hermana de Alfonso XII. En sus memorias dejó escrito: "Mi marido, en sus aventuras, era algo más que principesco, y la fortuna de Montpensier, junto con mi patrimonio y mi lista civil, se le iba de las manos rumbosamente... Sevilla, París y Madrid lo vieron pasar en carruajes lujosos junto a una amiga a la que apodaron La Infantona , mientras yo en París me encontraba en una situación comprometida, difícil y molesta de una casada sin marido".

Fruto de aquellas relaciones sería la obtención del vizcondado de Termens, otorgado en 1910 por Alfonso XIII, para lo cual se construyó un árbol genealógico que iba desde el primer y único vizconde, que había recibido el título de Felipe IV en 1648 como reconocimiento por su contribución a la rendición del conde de Ancourt en Termens (Lérida). Aquel noble era Gregorio Brito, nadie había reclamado el título, y la relación se demostró gracias al primer apellido de la abuela paterna de Carmen, que también era Brito. La infanta Eulalia se escandalizó, y se dirigió por carta a la madre del rey, María Cristina, para denunciar el ataque que su dignidad sufría con gestos como aquél. La relación entre Antonio de Orleans y Carmen Giménez se rompió, y la familia entabló un largo pleito contra ella, exigiéndole la devolución de algunos bienes. La vizcondesa volvió a su pueblo natal, cambió su forma de vida, y se dedicó a partir de entonces a la realización de obras de caridad, aunque nunca llegó a ser aceptada por completo entre la buena sociedad egabrense.

Carmen había encargado a Mariano Benlliure la realización de un conjunto escultórico que debería ser un mausoleo a instalar, junto con una capilla, en el cementerio de Cabra, a donde se desplazó el escultor a tal efecto en 1914. El mausoleo se realizaría en mármol de Carrara, con tres lechos, el central dedicado a la vizcondesa y los laterales a sus padres; de pie una mujer, que representa el alma de Carmen Giménez, derrama flores sobre su propio lecho. Años después, cuando se construyó el centro escolar citado al principio, el mausoleo fue trasladado a la capilla del mismo, junto con otros elementos escultóricos y ornamentales, algunos también obra de Benlliure y otros no.

Allí se encuentra una de las joyas del patrimonio escultórico cordobés. Por la cláusula tercera de su testamento, Carmen quiso que se le diera "sepultura en el sarcófago que tiene construido en su panteón de Cabra, al lado de la iglesia de sus grupos escolares para sus niños pobres, y una vez inhumado, la llave de dicho enterramiento será entregada para su custodia a las religiosas Hijas de san Vicente de Paul, profesoras de las Escuelas Termens". Al conocimiento del personaje, y sobre todo al conjunto escultórico, ha dedicado un estudio de gran interés el egabrense Salvador Guzmán, conocedor de todos los avatares y características de esa obra de arte. A ello le dedicó su tesis doctoral, ahora publicada como libro bajo el patrocinio de la Diputación de Córdoba. Quienes quieran conocer mejor quién fue esta mujer singular, dados los tiempos que corrían, y las características de la obra de Benlliure, podrán escucharlo por boca del autor en la presentación del libro, hoy a las 9 de la noche, en el salón de Plenos de la Diputación.