Cristina Cifuentes tiene derecho a la presunción de inocencia como ciudadana, pero como representante pública ya está tocada en el ala quebrada de la gaviota. Todo este asunto del mastergate ha tenido un velo extraño de aparición y contexto. ¿A quién beneficia? No solo a los investigadores que se han llevado la exclusiva a casa, los periodistas de eldiario.es primero y de El Confidencial después, sino a ese ruido de sables con mutismo que parece arañar el aire quieto en Génova. Ya parece claro que Cristina Cifuentes, aunque tiene derecho a defenderse, como mínimo no ha sido una alumna igual que las demás. Porque no se ha presentado a los exámenes que sí han tenido que pasar sus compañeras y se matriculó tres meses después que los demás alumnos. Ha lucido un rostro hierático de efigie cuando ha declarado que todo ha sido «perfectamente legal», justo después de que se hiciera público que en el único documento oficial que ha presentado dos de las firmas que figuran están falsificadas. Me refiero al acta que hace apenas dos semanas --es decir: muy tarde-- podría haber defendido la existencia de su trabajo fin de master, y sobre cuyas posibles rarezas la todavía presidenta de la Comunidad de Madrid ha remitido a la Universidad Rey Juan Carlos. Mientras tanto, sigue sin hallarse el ya famoso trabajo de fin de carrera: ni siquiera después de Semana Santa, como apuntilló jocosamente Lorena Ruiz-Huerta en la Asamblea, han aparecido unas cuartillas.

Nada. En fin, todo sucio y feo, como suele, pero no solo por el asunto en sí. Me imagino que antes o después podrá encontrarse el trabajo, aunque eso no corroborará si está recién escrito o se entregó en sus plazos. La broma, que no es broma, y cae sobre un colectivo injustamente castigado --el de los investigadores y docentes universitarios-- pone el fango en una posible compraventa de favores para enmarcar la orla en el despacho, pero también señala debilidades sociales. No tengo la certeza sobre la culpa de Cifuentes como nunca se tiene en estos casos, pero la prueba de indicios sí proyecta, al menos, un primer foco sobre la oscuridad de esos largos pasillos turbios. Si perdió el trabajo en una mudanza, ¿no guardaba copia en su portátil? ¿Tampoco en el ordenador de su despacho? ¿Tampoco la conserva la universidad? Todo esto es casi deducción de libro de misterio adolescente tipo Alfred Hitchcock y los tres investigadores, sí, pero en versión básica. Pero ella se ha mantenido impasible. Y si está mintiendo, nos corroborará una impresión de época: que en la España de hoy no solo se miente habitualmente, porque no cuesta nada, sino que no hay quebranto del espíritu ni crujido de tripas. Pero no podemos olvidar que esta mujer, que se ha postulado desde diversas voces como candidata a la sucesión de Mariano Rajoy, pertenece a un partido anegado por los escándalos de corrupción, un partido cuyo máximo dirigente ha mentido, o faltado a la verdad si lo prefieren, en sede parlamentaria, y no solo una vez. Cifuentes no sé si será tan fuerte como Bárcenas, porque aunque aseguren que la posible filtración del mastergate no se debe, esta vez, al fuego amigo, lo cierto es que estos casos casi siempre se orquestan desde dentro.

Si analizamos esta posibilidad, la jugada no es mala. Por un lado, se desactiva a Cifuentes como posible candidata a la sombra alargada de Rajoy; pero por otro --aquí viene la carambola--, al seguir siendo Ciudadanos socio de Gobierno del PP en Madrid, se le fuerza a una postura más radical contra Cifuentes, a romper el acuerdo o a permanecer con ella, para hundirse en el mismo lodo fraudulento de los masters fantasma. Para un partido como Ciudadanos, que como Cifuentes ha hecho no bandera, sino mástil y paso de la anticorrupción, la sombra transparente y serena de Rajoy podría librarse de dos piezas, o debilitarlas al menos, de una sola tacada. Este hombre que maneja bien los tiempos según sus seguidores sigue siendo también dueño de su silencio, que es la misma estrategia de Cifuentes mientras sigue arreciando la tormenta.

Además de la posible falsedad y su descaro al mantenerla, hay más: la ostentación, esta ambición voraz de nuestros días. Un máster dudoso, además, ¿para qué? ¿Solo por el diploma en la pared? Si habría salido colocada. Lo quieren tener todo: el poder, la pasta y el prestigio. La mujer que pudo haber sido continúa asistiendo a su derrumbe al otro lado del cristal, y todo por un marquito con un lazo. La avaricia, que al final rompe el saco y te come la vida.

* Escritor