Mire -me dijo casi confidencialmente-, un día sí y otro también, por la mañana, frecuentemente, y cuando me acompañan las buenas temperaturas, si el clima lo permite, me asomo al balcón, no solamente para tomar el sol tan agradable de la primavera sino también para distraerme con el ir y venir de los que pasean por los jardines que tenemos enfrente de casa. Y encuentro de todas las edades. Pues bien, desde hace unos años allí observaba, en esta época, siempre que podía, claro está, paseando a una de mis vecinas. Una muy canosa y enlutada anciana de menudo porte que caminaba encorvada arrastrando los pies con pequeños pasos apoyándose en un bastón y sosteniendo con la otra mano la correa atada al cuello de un perro tan diminuto como ella, aunque más bien parecía que era él quien la remolcaba. Cuando el compañero hacía sus necesidades mayores a duras penas la mujer se agachaba para recogerlas. Después, solía tomar acostumbrado asiento hasta en los mismos bancos. Anudaba la correa al reposabrazos y se fumaba un cigarrillo. Vivía sola; pero sé que alguien venía a verla en varias ocasiones cada semana. Cuando coincidíamos nos dábamos los buenos días o tal vez las buenas tardes.

En fin. Hace poco me enteré que había fallecido. No fui al entierro. Sin embargo desde mi ventana vi con asombro cómo el animal que siempre la acompañaba estaba echado al lado de uno de los bancos adonde su dueña se sentaba. Y temí lo peor. Alguien podía apropiárselo, o quizás acabase en la perrera municipal. Sin pensarlo mucho bajé enseguida y compré en el bazar próximo una correa para mascotas yéndome hasta donde esperaba el pequeño cuadrúpedo. Él sin alarmarse ni ladrar me miró sumiso mientras yo le ataba la cinta al cuello. Y es que me conocía. Ya lo ve; añadió, a la par que me miraba.

--¿Y cómo se llama ahora su nuevo compañero? -le inquirí-.

--De antes no lo sé. Le he tenido que rebautizar -me respondió, mientras el perro esperaba paciente echado a su lado-. Ahora yo le digo Chejov.

-- ¿Chejov?

-- Sí. Chejov.

-- Muy bien. Estupendo. Es un buen nombre —le dije—

-- Adiós, buenos días.

* Doctor ingeniero agrónomo. Licenciado en Derecho