En algunas películas hay detalles que me obsesionan. Podría enumerarlos, pero como el espacio es limitado, me concentraré en uno de ellos: las máscaras, esos objetos que cubren la cara o parte de ella para protegerla u ocultarla. Este es el caso, por ejemplo, del ‘Fantasma de la ópera’, que solo cubre el medio rostro que el fuego le ha desfigurado. Una persona puede usar la máscara para no ser reconocida, como el Zorro o el Tulipán negro; para tomar el aspecto de otra, como Patroclo, que vistiendo la armadura de Aquiles, muere a manos de Héctor, cambiando así el curso de la Guerra de Troya; o para practicar actividades escénicas o rituales. En el cine abundan los personajes que cuando se enmascaran adquieren su verdadera dimensión y personalidad, hacen lo que sienten y desean, mientras que a cara descubierta presentan características absolutamente opuestas y aparentan ser vulgares y corrientes; luego lo convencional es su disfraz.

Las máscaras cinematográficas, me parecen insuficientes para ocultar las auténticas identidades. ¿Lois Lane no se da cuenta de que Clark Kent es idéntico a Superman, solo que se ha quitado las gafas y se ha puesto el ridículo trajecito? ¿Es que el Joker no sospecha que es Bruce Wayne el que se oculta en el traje de murciélago? ¿Y el conde de Montecristo? En la novela usa múltiples disfraces, pero en las películas, con un corte de pelo, cambio de peinado y barba, está arreglado y al parecer, no recuerda ni remotamente a Edmundo Dantés; ahí no hace falta ni máscara. Ya, claro, al final se descubre, pero no me negarán que hasta entonces han estado todos un poquito torpes.

Son muchos los detalles que nos diferencian, no solo los ojos, la frente o la forma de la nariz. También la altura, las formas corporales, los andares, la manera de mover las manos o la cabeza, el pelo -las buenas caracterizaciones comienzan con pelucas- el modo de vestir... Todo esto podemos comprobarlo a diario, desde hace un año, con el uso de las mascarillas sanitarias. Nos reconocemos perfectamente, nos encontramos en la calle y nos saludamos con la mano, a distancia eso sí. El reconocimiento no incluye la voz, porque este tipo de mascarillas impide ver el movimiento de los labios, que orienta bastante; así que si queremos mantener un diálogo -no están las cosas para aspirar a conversaciones- tendremos que repetir varias veces las frases para que se nos entienda.

* Escritora. Académica