Metidos de lleno en días de Carnaval lo más sensato sería dejarse arrastrar por la samba que pasa y vivir de lleno el momento fugaz, convertir la voluntad en chirigota y rendirse, sin más, a Don Carnal. Ya llegará, por desgracia, el mañana. Un mañana, se augura, nada poético. No será, por supuesto, la «manhã, tão bonita manhã» que se promete en Orfeo Negro (¡qué felicidad sería vivir de continuo en el film de Marcel Camus!) sino otra muy distinta: la del aquí y ahora. Una mañana, pues, envuelta en bruma, de amanecer pardusco y esperanza roma.

Tenemos por delante una semana en la que la puñetera realidad se impone al más alegre carnaval. Frente a las calles llenas de tambores, comparsas y carrozas (la rua de la vida), están las calles vacías de Wuhan, de Shangai, de Beijing, y ya, a tocar de mano, las de algunos pueblos de Italia. La enfermedad, la cuarentena y el miedo. Lugares en los que, en pleno carnaval, se aparta la máscara veneciana (cuero, seda y encaje) para agarrarse a la más simple mascarilla antivirus con filtrado homologado.

Aquí en España, la semana pasada, calles y carreteras se llenaron a rebosar. Y, presumiblemente, lo mismo ocurrirá esta semana y las siguientes. Nada que ver con los carnavales. De encontrarle alguna relación sería más por parte de Doña Cuaresma (escasez, sacrificio, penitencia) que por la del opulento y barrigudo Don Carnal. Quienes desfilaban eran agricultores y ganaderos en demanda de precios y rentas dignas; eran también los ciudadanos de León reivindicando su tierra, su historia y su ansia de progreso; eran los que lamentaban el abandono y despoblación de la España olvidada; eran los jubilados, incansables en su periódico paseo para exigir pensiones dignas.

España entera es, en estos días, coincidiendo con el Carnaval, un inmenso desfile a contrario sensu: porque de lo que se trata ahora es, precisamente, de arrancar caretas, de desenmascarar, de quitarles el disfraz a los responsables de tanta carencia y abandono continuado. De tanto carnaval del malo.

* Actor