Mientras nuestros políticos generan ruido y se reparten estopa mutuamente, y siguen creando problemas en lugar de resolverlos, ya sea a cuenta de los ERE, los másters o doctorados, el independentismo, o el revanchismo sectario, la mirada del columnista frena en seco cuando la FAO anuncia la mala noticia de que el hambre crece por tercer año consecutivo en el mundo y alcanza a 821 millones de personas que se van a la cama con el estómago vacío, alejándonos a pasos agigantados del objetivo marcado en la Agenda 2030 por la ONU para erradicar esta lacra. Según el informe La seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo, publicado esta semana, el 11,5 % de la población de Asia y 21% de la población de Africa estaba subalimentada el año pasado, lo que contrasta sobremanera con nuestro crecimiento económico y el potencial de nuestros avances tecnológicos.

No es un tema menor ni estadístico del que no tengamos que preocuparnos pese a que no ocupe las primeras páginas, ni del que podamos pensar que afecte a otros con los que nada tenemos que ver, ni del que podamos concluir que siempre hubo hambre en un fatalismo determinista que condena a la muerte perpetua a millones de personas, la inmensa mayoría, como siempre, mujeres y niños. Tampoco es un tema sencillo ni fácil sobre el que hacer demagogia, pero sí un tema de conciencia, de justicia, de prioridades y de voluntades. Sin duda que hay factores que agravan el problema, como las crisis económicas, los conflictos, las malas cosechas provocadas por las sequías en países que dependen sobremanera de la agricultura, o por la sobrepoblación de Asia y Africa que nos llevará a los 10 mil millones de personas en el mundo en el año 2050. Pero sobre todo, también las barreras arancelarias internacionales, «la marginación, la desigualdad y la pobreza provocan que la gente no pueda acceder a una alimentación suficiente y nutritiva», señalan los responsables del Programa Mundial de Alimentos.

En un mundo global no caben dilaciones ni paños calientes, cuestionándonos la sostenibilidad de un sistema económico que no puede garantizar el derecho a la vida. Quedan en entredicho los tratados y organismos internacionales si no somos capaces siguiera, con todo el potencial de medios a nuestro alcance, de garantizar que todos los seres humanos tengan lo mínimo para subsistir. Vamos perdiendo la batalla más importante que estamos librando, la lucha contra el hambre. Y no es de recibo. Depende de nuestras acciones, de nuestra conciencia y de nuestras prioridades. Exijamos a nuestros responsables públicos medidas concretas y un compromiso definitivo, en todos los foros e instancias nacionales e internacionales, para revertir de inmediato esta dramática situación.

* Abogado y mediador