Gasolina, fuego y que ardan otra vez, es la sugerencia más repetida en la página República Catalana de Facebook. También sugieren que los escolares de toda Cataluña (otra vez los niños como escudos humanos) acudan con bates de béisbol a las puertas del Museo de Lérida para impedir que salgan las obras de arte que tienen que volver a Aragón por orden del juzgado: «Si no son para nosotros, para nadie», indican muchos de los casi 200.000 visitantes que tiene esa página que destila un odio feroz. Para otros, la decisión del ministro de Cultura es similar a la del Tercer Reich, que expolió las obras de arte y los bienes de los judíos: «Es el botín de guerra del Gobierno de Rajoy», indican. Qué quieren que les diga, tengo esa debilidad, leer todo, lo que me gusta y lo que no, lo que me place y lo que me cabrea, porque a veces, como es el caso, el cabreo resulta liberador si me resuelve dudas. No es que tenga muchas a este respecto, porque la cronología ofrece poca discusión: en abril de 1936, el arquitecto catalán Josep Gudiol i Ricart visita el monasterio de Sijena y hace fotos, muchas fotos. A finales de julio de ese mismo año una columna de milicianos anarquistas llegada desde Barcelona asalta, saquea e incendia el monasterio. Bueno, una parte del monasterio para ser más exactos porque, solo dos meses después, vuelve el señor Gudiol y arranca los frescos románicos de la sala Capitular y se los lleva a Barcelona, junto con muchas otras obras. Así que cuando leo «gasolina y fuego otra vez» se me altera el nervio motor.

* Periodista