Después del Congreso, militantes del PP que votaron en las primarias se están haciendo cruces, además de la pregunta que hemos escogido para titular este artículo.

La atrevida Celia Villalobos, que se jacta de ser una María Clarilla sin pelos en la lengua, dejó caer que veía una derechización creciente en su partido del alma. Formación que ya circulaba muy a la derecha al contar con los votos --sobre 3 millones, según nuestros números-- de la reacción más prepotente, la cual, desde el principio, desde la época de Fraga Iribarne, ha sido tratada por el PP como si fuera oro en paño. Un nuevo giro a la derecha que, desaparecido el bipartidismo imperfecto existente desde las primeras elecciones democráticas, solo puede servir, a corto plazo, para engordar a la derecha de Albert Rivera que es la menos identificada con la derechona de toda la vida.

La apreciación de la inclasificable señora Villalobos no es singular. Prácticamente, todos los editoriales de los periódicos punteros detectaron dicha derechización, aunque les gustase más o menos, según los postulados de sus idearios. Y han dado varias razones para explicar lo que ha visto con sus propios ojos todo el que se interesa mínimamente por la cosa pública. El discurso de Casado lo manifestó sin el menor equívoco, pues «volver a las esencias del partido», sabiendo que él procede de la academia aznarista y del liceo de Esperanza Aguirre --dos escuelas para temblar--, no puede significar otra cosa que situarse en la derecha clásica, enteriza y, casi siempre, bravucona; acostumbrada a darle dos tazas a quienes no quieren caldo.

Es más, en todo el congreso estuvo sobrevolándolo una crítica a la tolerancia y a la endeblez que le achacan a Rajoy. Aunque la intervención del expresidente fue cien por cien Rajoy --tranquila, habilidosa, bastante plana, con retranca elegante, escasez de autocrítica y elusión de lo espinoso- la aplaudieron a rabiar, como las actuaciones memorables de las divas que intervienen en las óperas de la Scala de Milán, pero... --ya está aquí la conjunción adversativa- a legua se advertía que no todo el monte era orégano. El aspirante a sucesor, al minuto siguiente de ser proclamado, sostuvo, con palabra suave, las tesis de Aznar y Aguirre, los detractores más persistentes de don Mariano. Es más, dejó flotando en lontananza, aunque visible con el catalejo de la intuición, una sutil nostalgia del nacional-catolicismo.

Otro detalle que abona la tesis derechista es que los altos cargos de Ciudadanos, al dar opinión sobre el Congreso conservador, aparecieron ante las cámaras luciendo la sonrisa que tenían 40 días antes, cuando las encuestas los consideraban ganadores electorales. Terminado el encuentro de las gentes que componen el aparato del PP se sintieron satisfechos del nuevo giro a la derecha, pues así Rivera puede tener más expedito el espacio del centro. Lugar donde se suelen ganar las elecciones.

Hasta empezaron a abandonar la idea de que el actual Gobierno llegó al poder por la puerta falsa. Convencimiento muy asentado en las filas conservadoras, que suelen llamar la puerta de atrás al artículo 113 de la Constitución. Olvidando que con el sistema que nos hemos dado, en los comicios generales, los españoles de todos los partidos eligen a sus representantes parlamentarios para que éstos, a su vez y en su momento, den o quiten la confianza a quien aspira a presidir, o preside, el poder ejecutivo.

En fin, a nosotros que el PP se deslice todavía más a la derecha --algo corroborado por los nombramientos de la cúpula--, nos parece bien porque, en política de alto vuelo, la autenticidad debe ser un valor primordial y porque así, el panorama ideológico del país va quedando más europeo, más simétrico y más acorde con la realidad social. Panorama con un centro derecha y un centro izquierda flanqueados por la derecha y la izquierda puras que, a su vez, tienen en los extremos esos grupúsculos ultras que en Norteamérica llaman ‘the lunatic fringes’.

* Escritor