De su prolongada y grata estadía catalana guarda el cronista muy estimulantes recuerdos. En primer término, la enriquecedora convivencia existente entre las muchas gentes que poblaban el Principado en el inicio del llamado tardofranquismo. Solo en círculos culturales minoritarios y, como tales, propensos a la endogamia y al talante clánico, el residente llegado de otros puntos del país advertía, a las veces, una sutil pero bien establecida línea de separación entre forasteros e indígenas. Frontera bien reluctante para los últimos, mas que sus estragos no entrañasen un deterioro sustancial del, en general, reconfortante clima social imperante en la vida cuotidiana, por aquellas fechas plena de iniciativas y tareas descollantes en todos sus ámbitos, según confirman las estadísticas y testimonios más diversos. No era, desde luego, la Cataluña de la época la Arcadia feliz, pero, en numerosos planos, no andaba muy lejos de ello, conforme, repitámoslo por la trascendencia del asunto, lo refrendan los más variados hechos.

De ahí, pues, se comprenderá fácilmente la tristeza con la que el articulista escuchaba a un amable taxista de su ciudad enumerar algunos de los lances vividos en Barcelona antes de su recién incorporación al gremio de los trabajadores del transporte público en la muy antigua urbe califal. Según sus constataciones, la atmósfera ciudadana se ha enrarecido en la ciudad condal hasta límites insospechados al sur del Ebro y con escaso eco, por lo común, en la colectividad nacional. Ratificando a título personal informaciones ocasionalmente aparecidas en medios publicísticos de otras regiones de la nación, se dolía en extremo de la actitud hiper-soberanista de dos primos suyos de ascendencia andaluza, nacidos ya en el solar del Principado, en otro tiempo meca y hasta, en muchos ejemplos, paraíso de ensueños e ideales de gentes atraídas a él por sus incontestables cualidades de desarrollo individual y colectivo, envidiable motor de promoción y ascenso sociales en todas las manifestaciones de la comunidad. El beneficio de una empresa tan hercúlea como incomparable para el conjunto español fue espectacular en múltiples extremos, como asimismo lo fuera para el liderazgo por entonces incontestable de Cataluña en áreas esenciales del esfuerzo de todos nuestros compatriotas por llevar a feliz y plenificante término la gran aventura de la modernización de un pueblo en épocas pasadas vanguardia e insignia de los mejores afanes de la cultura europea.

El fin del trayecto determinó que ambos colocutores se deseasen mutuamente, y a modo de despedida, el retorno de días esplendentes para el Principado. Serán afortunados los españoles que así lo contemplen.

* Catedrático