Existen semejanzas entre analizar un resultado electoral y el quehacer del historiador. En uno y otro caso se trabaja a partir de unos datos que no forman parte de lo opinable. Así, si hablamos del número de ciudadanos asesinados en la guerra civil, ese dato es tan inmutable como los escaños obtenidos por un determinado partido. La labor del historiador es interpretar esos datos, lo cual da lugar a corrientes historiográficas diferentes, y del mismo modo ante un resultado electoral debemos ir más allá del dato cuantitativo y sacar conclusiones. Tras la jornada del domingo, ha quedado claro que el ganador ha sido el PSOE, y lo ha hecho después de once años, cuando en tiempos aún recientes todo el mundo lo daba ya por desahuciado; también parece evidente que el gran perdedor ha sido el PP, pues logra un resultado inferior al obtenido por Alianza Popular en 1982. Después hay otros ganadores y perdedores de segundo nivel, en el primer grupo estarían Ciudadanos y Vox, junto a PNV y Esquerra entre los grupos nacionalistas, en el segundo Unidas Podemos, que se aleja de lo conseguido en 2016, y donde cabe un tercer nivel, que sería considerar cuál es el papel de Izquierda Unida, desdibujada en este contexto y que parece cada vez más una especie (política) en vías de extinción. La novedad de las nuevas Cámaras parlamentarias será la presencia de la extrema derecha, algo que no sucedía en nuestro país desde aquellos lejanos tiempos en que estuvo Fuerza Nueva (Blas Piñar). Sin duda se trata, en parte, de la influencia de la corriente que poco a poco ha adquirido fuerza en otros países europeos, pero también debemos tener en cuenta las circunstancias específicas españolas. Vox representa una especie de neofranquismo que hasta el momento no había dado la cara, y no lo había hecho porque estaba dentro del Partido Popular, a cuyos dirigentes tanto trabajo les ha costado siempre expresar una condena de la dictadura franquista. En cierto sentido, habría que sumar otro fracaso en el debe del PP: el de no haber sabido nunca encauzar esa corriente, próxima a planteamientos antidemocráticos, en el seno de lo que representa nuestra Constitución y, en consecuencia, nuestro Estado de Derecho, con todo lo que ello conlleva desde la perspectiva del reconocimiento de derechos ciudadanos, tanto individuales como sociales, así como de la singularidad de nuestra estructura territorial. Por otra parte, los resultados de los populares en Cataluña y en el País Vasco demuestran que no han comprendido aún cuál es la realidad sociopolítica en cada una de las autonomías, de hecho solo ganan con la coalición formada en Navarra.

Desde el punto de vista de los socialistas, una de las cuestiones relevantes es el análisis de los resultados en Andalucía. En la mayoría de las provincias nos encontramos con una representación dividida entre cinco partidos, como ha ocurrido en el caso de Córdoba. Unidas Podemos no ha obtenido escaño en Almería ni en Jaén, mientras que Vox no lo ha logrado en Huelva y Jaén. Esta última formación consigue en nuestra comunidad la cuarta parte de sus diputados, en lo que es un claro reflejo de lo que ya consiguió en las autonómicas. En cuanto al PSOE, ha subido en casi siete puntos en relación con las elecciones de diciembre, lo cual significa que sus votantes no se quedaron entonces en casa por la política del Gobierno en relación con Cataluña, como algunos interpretaron. Los dirigentes del partido en Andalucía deben reflexionar sobre la cuestión.

Y ahora queda la formación de gobierno. Veremos qué vía escoge el PSOE, pero más que eso lo que sobre todo importaría es que en su seno no se instalara el personalismo, porque no ha sido una victoria de Sánchez, sino de su partido, de un equipo, cuya línea política han avalado los ciudadanos con su voto.

* Historiador