En el siglo presente, y sobre todo en este año, la conmemoración del 8 de marzo lleva camino de convertir este mes en símbolo del feminismo, dado ese movimiento tan importante que puede culminar en la huelga del próximo jueves. Pero también podemos recordar a tres mujeres, diputadas, que tienen inscrito en su biografía el mes de marzo: Victoria Kent nació el 3 de marzo de 1892, Matilde de la Torre vio la luz el 14 de marzo de 1884 y falleció el 19 del mismo mes de 1946, y Margarita Nelken murió el 9 de marzo de 1968. No podré hablar de las tres, y aunque me referí a ella hace unos meses, me centraré en la última, puesto que el próximo viernes se cumplirán cincuenta años de su muerte y casi nadie se acordará de ella.

Nelken ocupó un escaño en las tres legislaturas republicanas por la provincia de Badajoz, como militante del Partido Socialista, que abandonó al inicio de la guerra civil para integrarse en el Partido Comunista, del que fue expulsada en 1942. Participó en la organización de la revolución de 1934, de lo que dejó testimonio en Por qué hicimos la revolución (1936). Pero aquella participación la llevó a un breve exilio en Francia, Dinamarca y la Unión Soviética, de donde volvió para participar en las elecciones de febrero de 1936. En su actividad parlamentaria mantuvo posiciones radicales y según Shirley Mangini «recibió las críticas de los misóginos por su franqueza y sus provocadores comentarios antiburgueses y anticlericales». Además, es autora de un libro fundamental en la historia del feminismo español: La condición social de la mujer en España, publicado en 1919. Fue una mujer de gran cultura, hablaba francés, inglés y alemán, y su actividad intelectual se centró sobre todo en su labor como crítica de arte, de hecho quiso ser pintora, pero problemas de visión se lo impidieron. Exiliada en México, allí continuó su actividad, de lo cual pondré un ejemplo bastante desconocido. Se trata de su colaboración en la revista Las Españas con seis extensos artículos. El primero en enero de 1947, «En torno a la meta velazqueña», donde defiende la obra de Velázquez como «una afirmación de rebelión», a pesar de la época que le tocó vivir. En abril de 1948 aparecería el titulado «En Francia. Política y literatura», con un tema muy delicado como era el de la cuestión del colaboracionismo francés y si era lícito o no olvidar todo lo acontecido durante la guerra, con ejemplos de la actitud de varios escritores. En enero de 1949 ve la luz «El Arte y la sociedad», donde defiende la necesidad de que el arte contemporáneo, o mejor dicho los artistas, se manifestaran próximos a la realidad social, porque solo de esa manera su arte podría ser entendido por el pueblo, y puso el ejemplo de una conferencia que pronunció en Barcelona durante la guerra y en la que habló de Picasso, cuya obra muchos no entendían, pero sí se interesaron por ella gracias al compromiso del pintor. En agosto de 1950 su colaboración fue «Contribución de la pintura española a la pintura universal», donde afirma que no quiere remontarse a Altamira, pero sí al códice de la monja Leodegundia, que sitúa en el año 912, hasta llegar a los que considera tres nombres «de primera línea» en aquel momento: Picasso, Miró y Dalí. En este texto demuestra su gran conocimiento del arte español y europeo, y por ende su talla intelectual.

Aún aparecieron otros dos artículos, uno en mayo de 1951, en el que comenta el éxito de las esculturas de otro exiliado, Eleuterio Blanco Ferrer, en París y otro en abril de 1953, dando cuenta de una exposición de caricaturas de «Ras» (Eduardo Robles Piquer) en el Ateneo español de México. Al margen del resto de su obra, estos seis artículos nos demuestran, sobre todo, que su nombre debe ser tenido en cuenta en la historia de la cultura española.

* Historiador