No se crean los milenials que esta exuberancia de sabores en el expositor de yogures del supermercado siempre existió. Hubo un tiempo, antes de la irrupción de las hamburguesas de los veganos, o de que la rúcula incordiase a la lechuga, en el que las bodeguillas competían en austeridad con las tiendas de comestibles soviéticas. Sabores de yogur, los básicos, con la añoradísima excepción del Dany de Caramelo que me pimplaba mientras el hombre pisaba la Luna.

Más estrecha era aún si cabe la aplicación efectiva del santoral. Para las féminas, la rotundidad de los nombres tremendos se intentaba edulcorar con el comodín de la «i». Todas las niñas eran Mari, Paqui o Rafi. Maribel, no. Esta contracción siempre gozó de un halo de modernidad, acaso porque Miguel Mihura la conjuntó con la Extraña Familia, o se asociaba a ese tiempo en el que podías escuchar un disco de vinilo cruzado en bandolera. Aunque también es cierto que la eclosión de diversidad en el Registro Civil arrinconó el santo y seña de la Verdú. Y no faltaron los padres que lo tunearon, pues Elizabeth daba más glam, al igual que era preferible recuperar la «H» para Elena, para sentirse más sensualmente en la Hélade.

Pero Maribel ha vuelto, entre otras cosas para vindicar el nivel. Esa fue la tuitera vuelta de correo de Ciudadanos ante los exabruptos de Vox por sentirse ninguneados en la Comunidad Murciana. Y el ¡Qué nivel, Maribel! naranja se acompañó de un vídeo de Locomía para tocarle los bemoles a esos lobos con piel de escarola (el verde lo aguanta todo).

Pero quien verdaderamente es inasequible al desaliento es la señora Arrimadas, pues lo mismo se enfrenta a las esteladas que a las boas del Orgullo. Doña Inés del alma mía es una política de raza, uno de los topicazos de la cosa pública que ha quedado arrinconado por el coñazo del cordón sanitario. Arrimadas ha sido un amuleto frente al procés y un burladero frente a los compañeros de partido, que aplauden su exposición para evitarse ellos mismos que les partan la cara.

Claro que es muy difusa la frontera entre la valentía y la provocación, y más si a ese guiso le añades un puñadito de incongruencia. Es posible que Rivera tenga un plan. Vista la capacidad socialista de hacer la goma, ocupando toda la carretera, el líder naranja piensa que su travesía del desierto pasa por escorarse a la derecha, aunque tenga que rozar ese Hades xenófobo y populista. Sabe bien Ciudadanos del riesgo de esa apuesta, y ya han sido algunos socios fundadores los que han renegado de esas carantoñas a la extrema derecha. Es difícil deslindar lo lúdico de lo partidista en esa participación de Marlaska en las pompas del Orgullo. Pero ha sido el partido de Rivera el que se ha metido solito en este entuerto. Y así, las buenas intenciones o incluso unas veraces empatías con el colectivo LGTBI se aguan cuando musitas alianzas con los herederos naturales de la Ley de Vagos y Maleantes y es la compasión, y no la comprensión, lo más que ofreces en tu acercamiento.

Tirando nuevamente de tópicos, torres más altas han caído -el Sinn Fein y el partido del reverendo Paisley formaron en Irlanda del Norte un Gobierno de concentración nacional-. Y homosexuales hay que votan al partido declinable en latín. Pero esas excepciones no ocultan esa sombra de populismo que puede atragantarse a Rivera. Salvo que esa mancha de mora se borre recuperando nuevamente el nivel, Maribel.

* Abogado