Mayo es el mes especialmente dedicado a María, en el recuerdo de su silueta entrañable de Madre de Dios, Madre de la Iglesia y Madre nuestra. «Venid y vamos todos, con flores a María, con flores a porfía, que Madre nuestra es», dice la letra de una hermosa canción que los niños de numerosas generaciones cantaron mientras ofrecían su pequeño ramo de flores ante la imagen venerada de la Virgen. «En el corazón de la Iglesia resplandece María», dice el Papa a los jóvenes, en la exhortación apostólica postsinodal, mientras subraya con fuerza: «Ella es el gran modelo para una Iglesia joven que quiere seguir a Cristo con frescura y docilidad. Cuando era muy joven recibió el anuncio del ángel y no se privó de hacer preguntas. Pero tenía un alma disponible y dijo: ‘Aquí está la servidora del Señor’. Siempre llama la atención la fuerza del ‘sí’ de María joven. La fuerza de ese ‘hágase’ que le dijo al ángel. ¡María se la jugó y por eso es fuerte, por eso es una influencer, es la influencer de Dios!». El Papa nos presenta así a María, con toda la fuerza de su generosa entrega a la voluntad de Dios. El mes de mayo nos evoca también la costumbre de ofrecer cada día a la Virgen una flor espiritual. Me viene a la memoria una simpática anécdota. Una familia numerosa, todos los años, al llegar el mes de mayo, reunía a sus hijos y les proponía que colocaran un cestito junto a la imagen de la Virgen que presidía el cuarto de estar, para depositar allí su «flor espiritual», el propósito o la acción especial que ofrecían a María. A todos les pareció muy bien. Un día, uno de los hijos había estado insoportable: No había ido al colegio, había reñido con los hermanos, en todo se mostró desobediente... Pero, al final del día, se acercó con su papelito para ponerlo en el cesto. Su madre, que lo vio, estaba indignada: ¿cómo era posible? Después de portarse tan mal, ¿qué podía haberle ofrecido a la Virgen como su flor espiritual? No resistió la tentación y le venció la curiosidad. Y cuando el hijo se fue, se acercó a ver lo que había puesto en su papelito. Al leerlo, se llevó una sorpresa. En el papel, había escrito: «Hoy, todo lo he hecho mal». Conmueve la sinceridad de aquel chaval que reconoce su pésima conducta durante el día y que no siente reparo en decírselo así a la Virgen, con la mayor naturalidad del mundo. El Papa Francisco sigue hablando a los jóvenes, en su exhortación: «María era la chica de alma grande que se estremecía de alegría, era la jovencita con los ojos iluminados por el Espíritu Santo que contemplaba la vida con fe y guardaba todo en su corazón de muchacha. Era la inquieta, que cuando supo que su prima la necesitaba no pensó en sus propios proyectos, sino que salió hacia la montaña sin demora. Aquella muchacha hoy es la Madre que vela por los hijos, estos hijos que caminamos por la vida muchas veces cansados, necesitados, pero queriendo que la luz de la esperanza no se apague. Nuestra Madre mira a este pueblo peregrino, pueblo de jóvenes querido por Ella, que la busca haciendo silencio en el corazón aunque en el camino haya mucho ruido y distracciones. Pero ante los ojos de la Madre solo cabe el silencio esperanzado. Y así María ilumina de nuevo nuestra juventud». Vale la pena, en este mayo de tantas encrucijadas e inquietudes, contemplar a María, como mujer ideal, como Madre con su regazo siempre a punto para la acogida y el abrazo.

* Sacerdote y periodista