Mañana, 30 de marzo, el obispo va a ir a decir misa a Las Margaritas, un distrito cuya iglesia cumple setenta años, nada que ver en su edad con aquellas parroquias y barrios del san Fernando de la reconquista. Pero con toda una historia sagrada y social tan intensa como los raíles de los trenes que han marcado la esencia de este territorio, que un tiempo fue frontera de casas portátiles, aquella vergüenza institucional de 54 metros cuadrados de albergues provisionales que duró treinta años --de los sesenta a los noventa--. El otro día cogí el 9 en el Parque Figueroa y me trasladé a aquellos años en que pasaba por la calle Goya y por Las Margaritas, por aquellos barrios a donde emigraban gentes de pueblo, cuando los bares Orellana y El Pireo andaban en la cumbre. Nunca se me olvidará cuando me invitaban a comer en Las Margaritas algunos amigos seminaristas, ya curas, como Joaquín Rubio Díaz, don Moisés o Antonio Caballero, los tres de Los Pedroches, el primero de Belalcázar, el segundo de El Viso, y el tercero, de Villanueva del Duque. Y cómo íbamos los fines de semana al cine de la parroquia, del que me acuerdo de una película de Kirk Douglas. Y ya, pasados los años, de aquellos viernes de madrugada cuando después del tren procedente de Huelva--Sevilla de El Correo de Andalucía me iba a la cercana Colonia de la Paz a la casa de mi tía Redimida a descansar para coger el primer coche de línea mañanero que me llevara a Villaralto. Cuando las vías del tren marcaban la frontera entre Córdoba y el barrio de Las Margaritas, una distancia impuesta por el subdesarrollo que el progreso, afortunadamente, ha borrado del mapa urbano. Antes no había Glorieta de las Tres Culturas y la carretera de Santa María de Trassierra no terminaba en la de Amadora, por donde entra el Arroyo del Moro, a poco espacio de la Ronda de Poniente, donde han edificado un nuevo Corte Inglés. Antes ahí terminaba Córdoba, aunque quisieses ir de boda al Castillo de la Albaida. Ahora, en Las Moreras han desmontado sus casas portátiles donde han colocado un centro comercial. Y, sobre todo, Antonio Caballero, el cura párroco, sigue siendo ese muchacho con el que hemos vivido pasajes de la vida que nunca podremos olvidar, como el comer en su casa con la familia o en su parroquia con los feligreses. Una iglesia parecida a las de El Tablero, Cañero o El Cerro, que se abrió el 19 de marzo de 1949. Y a la que, afortunadamente, acuden gentes como Gaspar Rul--Lan, Paqui Morales o Ángela Ramos, para quien significa una liberación. Esperemos que para el obispo, Demetrio Fernández --que siempre escribe su nombre y el de la iglesia donde va a decir misa--, también lo sea.