Avanzan entre cánticos bajo la mirada del mundo entero. Caminan de la desesperación hacia la esperanza. Hace dos semanas que partió de San Pedro Sula, la segunda ciudad del pequeño país centroamericano, la marcha hacia los Estados Unidos de una columna humana que hoy congrega a más de nueve mil personas, que tras atravesar Guatemala avanzan por Méjico hacia la frontera norte de Tijuana, que sigue creciendo con más adhesiones.

Son familias enteras que caminan extenuadas y duermen a la intemperie, que marchan con lo puesto, agotados y con heridas en los pies, viajando sin visados hacia un destino incierto, sin más apoyo que el de su propia fé y la solidaridad de los pueblos por los que pasan. No se exponen por capricho, y están dispuestos a todo, porque nada tienen que perder. Para comprender qué provoca este éxodo en un pequeño país de 9 millones de habitantes, deberíamos conocer que un 64,3% de la población de Honduras está en condición de pobreza y el 40,7% en la extrema pobreza, donde el 20% de la población vive con menos de un dólar al día. Además de la extrema violencia de las maras y el narcotráfico, que ha llevado a más de 30.000 asesinatos en los últimos 8 años, sobre todo de jóvenes, convirtiéndolo en uno de los países más violentos del mundo. Todo ello, propiciado por un sistema político corrupto, que genera grandes desigualdades sociales que se mantiene con el apoyo internacional. Trump, olvidado de cómo se forjó su país, principal destino mundial de las migraciones internacionales, se ha apresurado a llamarlos terroristas y yihadistas, advirtiéndoles que no les dejarán entrar en su destino.

Pobreza y violencia una vez más unidas en una combinación explosiva, ya sea en Centroamérica, Asia ó Africa. No podemos negarle a los seres humanos el derecho a la supervivencia, a buscar el bienestar y el futuro de los hijos. ¿Qué harías tú en su lugar? Debemos considerar, al menos, una quíntuple visión de este complejo tema. La visión histórica: desde el origen de los tiempos los seres humanos hemos sido migrantes. También nosotros fuimos emigrantes, y además de los emigrantes con papeles, más de un millón de españoles partieron en la década de los años 60 sin contratos ni papeles al extranjero hacia la conquista de una vida mejor. La visión de la dignidad de la persona humana: no podemos condenar a millones de seres humanos al lodazal en el que malviven, ni existen personas con más derechos que otras por su certificado de nacimiento. En tercer lugar, el carácter irreversible de esta tendencia mundial en los movimientos de población: según el último informe de migraciones de ONU, hay 255 millones de inmigrantes internacionales a los que sumar los 40 millones de refugiados y los 800 millones de migraciones interiores. No querer comprender esta situación, además de miope y suicida, causará un daño irreversible en las personas y en los pueblos. La causa migratoria, por ejemplo, ha provocado una de las mayores crisis de la Unión Europea. En cuarto lugar, que la identidad de los pueblos y las sociedades no se forjará en el futuro sobre una raza, ni un origen ni un credo religioso, sino sobre el respeto común de un sistema de valores, de derechos y obligaciones compartidos. En quinto lugar, que inequívocamente la historia nos demuestra que donde hay inmigración hay riqueza, como lo acredita el llamado «milagro alemán» o el desarrollo catalán o el de la propia sociedad norteamericana. Esta es una marcha por la propia dignidad, que llama nuestra atención y genera nuestra solidaridad. Me pregunto, ¿qué ocurriría si la tuviésemos a nuestra puerta?

* Abogado y mediador