No nos engañemos. Hoy todo se solapa, y tiene más difusión, y sobre todo más seguidores por estos lares, la cata de vinos que el día del libro que ya se avecina. Quién hubiese pensado que Shakespeare y Cervantes fallecieran, en la víspera del mayo cordobés y a los pies de la cata, el mismo día supuestamente y con tamaña obra literaria. Aquí el culto es más al vino de la tierra que al pensamiento de la obra. Pero no coincidir con la festividad del Montilla-Moriles no resulta fácil cuando hay tanto evento y celebración.

Podíamos haberlo planteado a la inversa. Por ejemplo, haber elegido para celebrar el libro la conmemoración de la destrucción de la mítica biblioteca de Alejandría, donde se perdió más del 70 % de la literatura, filosofía y ciencia antigua. O reconocido el 18 de diciembre, fecha en la que hace 6 años se incendió la Academia de las Ciencias de Egipto. O el 25 de agosto, donde se recuerda que en el año 1992 mientras unos estaban en la Expo sevillana más de 2 millones de libros se perdían en el bombardeo de la Biblioteca Nacional de Bosnia en Sarajevo. La barbarie siempre ha acompañado la negación de la cultura y con ella el libro. La integración a fuego y espada llevó en 1500 por orden de Cisneros a quemar en Granada todo resto de literatura árabe, sobre todo si era sagrada. Tres décadas más tarde, en Tetzcoco, Fray Juan de Zumárraga hizo una hoguera con todos los escritos e ídolos de los aztecas y Diego de Landa, otro fraile que veía demonios por todas partes, continuó esta labor de purificación y en 1562 hizo quemar en el Auto de Maní cinco mil ídolos y 27 códices de los antiguos mayas. De esta furia sobrevivieron apenas tres códices mayas prehispánicos. La lista sería interminable, en todas las épocas y latitudes. Desde luego, una fecha propicia por sonada sería la del 10 de mayo, donde en el año 1933 y bajo la coordinación de Goebbels, en la plaza de la Opera de Berlín, entre la Universidad Humboldt y la Catedral de Santa Eduvigis y en otras 22 ciudades alemanas se vivió el bibliocausto nazi con la quema de millones de obras a manos de los camisas pardas y las juventudes hitlerianas. En dicha plaza, la Bebelplatz, existe hoy un monumento, consistente en un cristal sobre el suelo y por el cual pueden observarse estantes de libros vacíos, con una placa que dice «donde se queman primero los libros, se terminan quemando también personas».

Leer, lejos de topicazos, para vivir y sentir, para alimentar el espíritu y conformar la mente, para descubrir y pensar frente a una cultura de encefalograma plano. Leer para crecer como seres humanos, para ser más libres. Una persona se conoce por los libros que lee. El que ama la lectura, tiene todo a su alcance.

* Doctor en Derecho. Abogado y Mediador