Europa se ha conmocionado ante la llegada de pateras y el naufragio permanente que se viene produciendo cerca de las costas italianas y españolas que en lo que va de año se han producido más de dos mil muertos ahogados. La falta de oportunidades económicas para sobrevivir ha intensificado un éxodo a vida o muerte. Los cadáveres que se acumulan bajo las aguas que separan, o unen, según se mire, Europa y África supone, según la OIM (Organización Internacional de Migraciones), la mayor tragedia humana jamás sucedida en el mar desde la II Guerra Mundial.

Ante esto yo me pregunto: ¿No es muy raro que hoy pongamos tanta resistencia a la llegada de africanos? Hace unos tres siglos los deseábamos tanto que ¡hasta íbamos nosotros a buscarlos! ¿Cuál es la diferencia? Pues que entonces los buscábamos para luego venderlos como esclavos. Los grandes pontífices de nuestra modernidad (desde Voltaire a Montesquieu) alabaron esa forma de «emigrar» que contribuyó claramente al desarrollo de Europa. Tampoco la Iglesia europea puso muchos obstáculos a esa forma de emigrar.

En la geografía que estudié de niño (hace bastantes años) casi todos los países africanos tenían un apellido europeo: Congo «belga», Guinea «española» o incluso un nombre completo como «Côte d’Ivoire». Los que no lo tenían era porque formaban parte de una «Commonwealth» (común riqueza) que en realidad significaba «Our wealth» (nuestra riqueza). Así hasta sus independencias. Hoy aún distinguimos entre África francófona y África anglófona. ¿Qué significa todo eso? Pues simplemente que los inmigrantes son nuestros acreedores o los hijos de nuestros acreedores. Tenemos una deuda con ellos y debemos pagarla. Todos somos algo de cómplices. Las autoridades políticas deben actuar, pero también quienes contemplamos estos dramas con la distancia anestésica a través de una pantalla de televisión, lo que sí parece más claro es que semejante problema necesita una solución global y no puede resolverlo ningún país solo. Gestos como el de España con el Aquarius o el Epole Arms son bellos y ejemplares, pero no son soluciones. ¡Ojalá fueran al menos una llamada para que nos decidamos a afrontar el problema a nivel europeo, en lugar de ir «trumpeando» disimuladamente! Yo no sé cuál ha de ser la solución, pero recuerdo la frase: «con las soluciones pasa como con el dinero; haberlo haylo; pero hay que saber buscarlo».

Pienso también que, si hemos sido tan sabios para desarrollarnos tanto, también debemos serlo para contribuir al desarrollo de esos países creando allí fuentes de riqueza y de trabajo que quienes nacen allí mueran de hambre o de sed; lo que uno tampoco sabe es si estamos dispuestos a que los beneficios de ese desarrollo sean para ellos, pagando así la deuda que con ellos tenemos. Y no digamos nada si, como predicen nuestros ecologistas, esas aguas sucias de cadáveres comienzan a invadir nuestras ciudades costeras. Ese día,el «mare nostrum» será un «mare monstrum»(monstruo) y el Mediterráneo se habrá convertido en «Mediaverno»: no centro de la tierra sino centro del infierno.

* Licenciado en Ciencias Religiosas