En estos días de alegría tras la flamante declaración de Medina Azahara Patrimonio de la Humanidad es de justicia recordar a Manuel Ocaña Jiménez, que con su trabajo y su amor al monumento también contribuyó a esta declaración.

Ocaña fue una de las personas más interesantes que tuve la suerte de conocer durante mi etapa de delegado de Cultura de la Junta. Jubilado de la Westin, en su juventud había sido ayudante del arqueólogo Félix Hernández, excavador de Medina Azahara (esto de Madinat-al Zahra le hubiera parecido a Ocaña, tan cordobés, un pego; y a mí también). De don Félix, como él lo llamaba, aprendió Ocaña todo lo que sabía de Medina Azahara, que era mucho, y de su mano y con su propio trabajo llegó a convertirse, sin pasar por la Universidad, en un epigrafista de solvencia internacional. Ocaña aparecía de vez en cuando por mi despacho y charlábamos un ratito, quiero decir, él me contaba cosas de Medina Azahara y yo lo escuchaba, admirado tanto del rigor de sus conocimientos como de la sencillez con que los exponía. Hablaba del yacimiento con pasión de propietario: Medina Azahara era su parcela.

De las muchas cosas que me explicó recuerdo la cuestión de los atauriques, los paneles con decoración geométrica que se adosaban a los muros de las estancias. Al principio (en Medina Azahara) los atauriques eran de piedra, pero pronto pasaron a hacerse de yeso (en la Alhambra), más barato y más fácil de trabajar. Cuando cayó la ciudad palatina los expoliadores se llevaron los sillares de muros y murallas para construir otros edificios, el Monasterio de San Jerónimo, por ejemplo, cercano al yacimiento, pero dejaron allí los atauriques destrozados, que no les servían para nada, de modo que así quedaron sepultados durante siglos pero intactos, que esa es la ventaja de la piedra sobre el yeso. Cuando se excavó el yacimiento los arqueólogos se encontraron con una ingente cantidad de fragmentos de atauriques; bastaba con reacoplarlos correctamente y se tendría la parte exterior de las paredes. «Los atauriques eran --me decía Ocaña-- como la piel que dejan las serpientes cuando mudan». Se reconstruyeron pues los atauriques y a partir de ellos se pudo reconstruir, en el pasado siglo, el Salón Rico. Dicha reconstrucción (o anastilosis) no deja de ser hipotética y por tanto problemática y discutible, pero esto no se le podía decir a Ocaña.

Cuando llegué a la delegación, en Medina Azahara había no había más personal que un guarda que vivía allí con su familia. Dos muchachos que trabajaban en el Museo Arqueológico aparecían a veces y se pasaban la mañana paseando entre los fragmentos de atauriques esparcidos por el suelo; de vez en cuando conseguían juntar dos, lo mismo que en un puzle, un inmenso puzle de miles de piezas. Tal vez, elucubraba yo, si consiguiéramos hacer un código con las características de las piezas y a cada una le diéramos una clave y las metiéramos todas en un programa informático se podrían encajar unas con otras de una manera más rápida y fiable. Pero de eso tampoco se le podía hablar al bueno de Manolo Ocaña.

* Exdelegado de Cultura de la Junta de Andalucía en Córdoba