Hoy día cada ciudadano pretende diferenciarse de otro sea vecino o amigo, sea ante la colectividad. No es el pantalón ni la blusa ni el peinado lo que a una persona la hace diferente a otra, sino la dignidad y honor individual aun en el seno de su familia o en el marco de su pasado social.

Cada persona necesita de cierta aprobación pública para poder legitimarse ante vecinos, amigos, compañeros de trabajo pero con frecuencia su vida es contestada y puede no lograr esta dignidad.

Ser digno de recuerdo permite prolongar el honor de esta persona más allá de su espacio vital pero alcanzar ese recuerdo, al más alto grado de notabilidad y excelencia, exige que sea logrado por lo realizado en vida y aceptado.

Hay diferentes maneras de alcanzar notabilidad: por implicación social desde la generosidad, por despliegue de cierto gusto cultural, producción científica, literaria o artística. Algunos políticos se hacen notables por sus técnicas de argumentación, su pensamiento retórico o su filosofía pero suelen sufrir envenenada contestación.

Estas personas, diferentes por su dignidad, aparecen en la colección Académicos en el Recuerdo biografiados por otros académicos para poder poner de relieve la relación de cada uno de ellos con la sociedad, para mostrar que eran personas, bajo nociones antiguas de autós e ipse, como las que aparecían en los diálogos platónicos. Tal autenticidad ha sido la razón para estas biografías de académicos fallecidos.

En la Colección Francisco de Borja Pavón aparecen varias biografías, entre ellas la de Manuel Medina Blanco, en la que se refleja cómo pasó la vida que le tocó vivir. Fue una vida desde sus 16 años hasta que se casó a los veinte y seis de autopreservación como estoica persona que era. Se adaptó a un entorno sombrío desde 1936 a 1940 y a su propia naturaleza y se esforzó en comprender su situación, paso a paso, tal minúscula partícula de un desordenado cosmos en aquel periodo.

Fue capaz de cumplir sus deberes para consigo mismo y para con la sociedad acorde a su edad, estatus jurídico y social. Fue persona de pensamiento avanzado y racional que sufrió un golpe profundo por el fallecimiento de su hija en 1956.

El profesor Medina Blanco, persona de profunda responsabilidad moral, fue individuo representativo, práctico a la vez que reflexivo, competitivo y, sobre todo, moral. Los contemporáneos comprobaron su personalidad universitaria, su ethos, que a veces tensionaba a la comunidad, y su espíritu de entrega y generosidad.

Como diputado provincial durante siete años desarrolló un excelente papel en favor de la ganadería provincial a través del Centro de Fomento Pecuario en los primeros años de la década de los setenta del siglo pasado. Se puede calificar de hazaña su rol como técnico veterinario en aquellos laboratorios Lederle, sitos en Gran Capitán 13, en lo que luego fue sede de la Caja Provincial de Ahorros y ahora es Cajasur.

Demostró su personal discurso en su cátedra, reflexivo, a la hora de abordar el ambiente social, económico y político de la ciudad, desde la atalaya de un estoico, informado de los conceptos normativos de todo rol social.

Fue hombre representativo, competitivo y moral y por eso fue ejemplo para sus alumnos universitarios más cercanos y para sus compañeros, veterinarios de profesión. Tuvo su dios en la razón, su templo en la cátedra de la Facultad de Veterinaria y su desahogo profesional, como bacteriólogo en Lederle.

Su biografía en Académicos en el Recuerdo era tan necesaria como fue para Roma la de Eurysaces, empresario panadero que fue aclamado por su experiencia profesional. Fue maestro que nos ponía delante, para guía de nuestros comportamientos, de las responsabilidades personales, profesionales, familiares, económicas y políticas.

Se asemejaba al Pastor de Hermas cuando nos platicaba en el santuario de su cátedra o cuando lo hacía desde el templo en Lederle atrayendo a compañeros veterinarios que dejaban su contexto social para cuidarse a sí mismos escuchando a don Manuel, verdadero oráculo desde 1944 a 1958.

Medina Blanco no acudía a la astrología para adivinar lo que iba a suceder en breve tiempo ni a la magia sino a la filosofía. Con él muchos aprendimos haciendo.

Manuel Medina Blanco, académico, nació en Córdoba en 1920 y falleció en marzo de 2002. Este año la Facultad de Veterinaria, al cumplirse el décimo séptimo aniversario de su muerte, ha querido divulgar su breve biografía como exdecano que fue de este centro universitario con la autorización de la Real Academia de Córdoba.

* Académico correspondiente