El pasado día 30 de enero será recordado en los libros de texto y pasará a los anaqueles de la historia como el primer acto oficial de la princesa Leonor, sucesora legítima de la dinastía borbónica que constitucionalmente ocupa la Jefatura del Estado en nuestra monarquía parlamentaria. Viendo la estopa que a diestro y siniestro le están dando a la ceremonia, sobre todo en las redes sociales, unos por su fidelidad al credo republicano, otros por tildarlo de inoportuno, otros destacando las miserias familiares de la real dinastía, y otros por el ánimo de criticarlo absolutamente todo haciendo del cainismo la bandera patria, certificando con don Antonio Machado que en España, de diez cabezas, nueve embisten y una piensa; para la mirada del articulista lo que resulta, sin embargo, relevante, son tres mensajes que deberían hacernos valorar dicho acto. De un lado, sobresale la normalidad institucional en tiempos de tan poco respeto a las instituciones del Estado que representan el marco de convivencia que nos hemos dado, y que se vió refrendada con la asistencia de los tres poderes del Estado. Ahí está la subversión en Cataluña de sus poderes legislativos y ejecutivos, sin ir más lejos. No debería resultar extraño que en la institución monárquica se vaya distinguiendo y subrayando, como en este caso con la concesión del Toisón de Oro a la princesa de Asturias al igual que ocurrió con el príncipe Felipe cuando tenía 13 años, el significado dinástico de quienes están llamados a ocupar la más alta magistratura del Estado, desde la legitimidad histórica y democrática que representan simbolizando la continuidad de la institución, como ocurre en todas las monarquías.

De otro lado, resuenan los emotivos consejos, en el contexto del cumpleaños del monarca, de un padre a su hija para guiarse con dignidad y responsabilidad, honestidad, ejemplaridad e integridad, renuncia y sacrificios. Debería ser este mensaje el espejo en que se mirasen muchas familias para encaminar la conducta de sus hijos y transmitirles los valores básicos por los que conducirse en la vida.

Finalmente, llama la atención que el motivo del acto, celebrado en el salón del Columnas del Palacio Real, sea la concesión del collar del Toisón de Oro, que no es una condecoración de Estado, sino una distinción vinculada a la Casa de Borbón, sin títulos ni asignación alguna, creado para defender ideales caballerescos hace seis siglos y que premia la honorabilidad, mérito y buena conducta de sus receptores. Es un regalo muy exigente, en palabras del propio Felipe VI: «recibir este toisón implica para ti unas responsabilidades especiales que habrás de asumir inspirada por los valores e ideales más profundos, valores que deberás albergar y fortalecer día a día en tu corazón, porque tus acciones, todas, deberán guiarse por el mayor sentido de la dignidad y la ejemplaridad, por la honestidad y la integridad, por la capacidad de renuncia y de sacrificio, por el permanente espíritu de superación y por tu entrega, sin reservas, a tu país y a tu pueblo. Deberás respetar a los demás sus ideas y creencias y amarás la cultura, las artes y las ciencias pues ellas nos dan la mejor dimensión humana para ser mejores y ayudar a progresar a nuestra sociedad. Te guiarás permanentemente por la Constitución, cumpliéndola y observándola. Servirás a España con humildad y consciente de tu posición institucional y harás tuyas todas las preocupaciones y las alegrías, todos los anhelos y sentimientos de los españoles».

Toda una hoja de ruta y manual de instrucciones, para hijos de monarcas, para servidores públicos y para ciudadanos de bien. Nada menos. Aunque esto que era lo central, claro, no llame la atención de los críticos distraídos, entre el oropel, la nostalgia y el populismo.

* Abogado