A la devota que provocó un incidente con el Papa Francisco igual le cae una bronca de su párroco cuando vuelva a su país natal -alguno de Asia, por sus rasgos, aunque ahora ya estamos todos por todas partes e igual la buena señora es de Noruega-. Lo suyo, desde luego, sería ponerle una buena penitencia y recordarle que Francisco no es un Rolling Stone ni una Rosalía como para que le den tirones ni se le echen encima a gritos. Que se acerca a la gente sin una barrera de seguridad muy rígida, pero contando también (mucho contar, me parece) con el sentido común y el respeto de los que acuden a verle. Aunque, claro, la baza de la Iglesia Católica es también que su cabeza visible ejerza un liderazgo no solo en su cúpula y estructura, sino en las masas, y eso requiere -un estilo instalado con eficacia por el Papa Juan Pablo II- cierto show, gestos y palabras que transmitan, puestas en escena adecuadas, con el riesgo que conlleva. El mundo es infantil, hay que enviar mensajes sencillos a ser posible enmarcados en bellos colores y con música pegadiza, no queda otro remedio, aunque seas el sumo pontífice. Por eso, a lo mejor el cura párroco de la encendida admiradora del Papa igual ni siquiera le riñe, después de que el jefe de la Iglesia Católica hiciera en público, durante el Ángelus, desde el balcón en la plaza de San Pedro, un acto de contrición y pidiera perdón por su “impaciencia” y gesto desabrido.pidiera perdón por su “impaciencia” y gesto desabrido

Este Papa pide disculpas y se hace cercano, tan humano como cualquier otro católico del mundo. Igual hasta concede una audiencia a la agraviada. Ya ha pedido perdón en nombre de la iglesia por otros asuntos más serios. Por eso, resulta incómodo que se vea en la tesitura de hacerlo por un incidente ocasionado a fin de cuentas por la falta de educación y de saber estar de la señora devota situada tras la valla en la plaza de san Pedro.

Ya lo decía mi abuela: “Niña, no des confianzas que hay gente que no sabe luego qué hacer con ellas”. Sabiduría palmaria, pues ¿a quién no le ha pasado que por tratar amablemente a alguien ajeno a su vida se ha encontrado con que esa persona se pasa siete calles o lo avergüenza delante de terceros?

El vídeo es interesante. Divertido dentro de un orden. Se ve a Bergoglio en la plaza de San Pedro saludando despacito a unos y otros, niños, monjas que le sonríen. Mientras, la mujer se prepara, se santigua, lo va a tocar enseguida, está emocionada. Pero el Papa no se da cuenta, tiende la mano a un bebé levantado por sus padres en tercera o cuarta fila, y hace el gesto de retirarse. Ella, sin pensarlo, lo agarra del brazo y le da un tirón que vaya por Dios. El gesto de Francisco es de dolor. Señora, tenga en cuenta que el santo padre tiene 83 años, y de no ser porque ya no se puede llamar viejo a nadie con menos de un siglo, lo consideraríamos anciano. Y le ha retorcido usted el brazo, oiga. Pero sigamos con el vídeo. Ahora viene lo mejor… ¡el manotazo de Francisco! El Papa se vuelve, retira su mano de un tirón y le arrea un papirotazo. A la devota se le queda una cara que da pena, todos comprendemos que ha sido un gesto casi reflejo, con la ilusión que tenía, pero el cabreo del Papa es también evidente, y su reacción también es primaria, no pensada. Tendremos memes en Twitter y en Instagram para varios meses. Quizá años. ¿Le ha llegado a usted alguno al wasap?

Pues ya está, los riesgos del directo. Como todo se complica, surge (parece que desde Argentina) un movimiento de tuiteros pidiendo su renuncia por el incidente. Vamos, sin comentarios. Para más “inri”, Francisco se disculpa al día siguiente -es decir, ayer, día de Año Nuevo- poco antes de la homilía en la que clama contra la violencia que se ejerce sobre la mujer. Y, claro, en este mundo simplista en el que habitamos, inmediatamente se ponen ambas cosas en relación. ¿Cómo? ¿De verdad puede considerarse el manotazo una agresión de corte machista? ¿No hubiera hecho lo mismo de ser un hombre? De verdad que el club de los indignados está de lo más sensible. Otra cosa es que sea cierto lo que circula por algunos confidenciales de la Ciudad del Vaticano: que la mujer sea china y le gritara al Papa para pedirle ayuda, para que no abandone a los fieles católicos que viven acosados en su religión en el seno de la gran potencia comunista. En ese caso, ella esperaba ayuda y aliento, y solo recibió un terrible desplante.

No disculparemos desde aquí los malos modos y el mal genio del Papa, y más viendo que él mismo los censura y pide indulgencia a la humanidad, pero tiene tela lo que disfruta (disfrutamos) el mundo entero magnificando lo que solo parece un síntoma de agotamiento y debilidad momentánea de una persona que aguantará a lo largo de todos y cada uno de sus días un peso inimaginable. Comienza el año con una disculpa papal. Ya quisiéramos ver a muchos dirigentes disculparse por asuntos de más trascendencia. O, siquiera, mostrarse levemente avergonzados.