Nos hemos enterado de que los independentistas que querían investir a Puigdemont ni siquiera se habían tomado la molestia de consensuar un Pla de Govern. Y que cuando desde Barcelona le pidieron su discurso recibieron un borrador con cuatro ideas generales. La vieja anarquía catalana regresa de la mano de unos hijos de la burguesía que llevan la bandera del PDECat y podrían apellidarse tranquilamente Pujol. Su desestructuración desborda a los de la CUP, mucho mejor organizados que ellos y más coherentes respecto a su propia línea.

A los demás ciudadanos los noticiarios nos están convirtiendo en expertos en Derecho Constitucional, Fronteras y Vigilancia Policial. Con el Derecho Constitucional nos pasa algo curioso: cuanto más lo conocemos más impreciso y mal redactado nos parece. Respecto a lo de las fronteras, mucha gente ha estado cavilando sobre cómo podría viajar un prófugo de la justicia desde Bruselas hasta el Parlament sin que le pillasen los guardias. Todos han encontrado fórmulas para pasar de Francia a España; y sobre el tramo más arriesgado, el acceso final al parque de la Ciutadella, el otro día dos centenares de manifestantes pudieron forzar sin problema las verjas y entrar en tromba en el recinto. Si Puigdemont lo hubiese intuido ya habría sido investido, aunque tendría que vivir sin poder salir de aquel Palau.

Todo se ha deshilachado y aquí no funciona casi nada, ni el Derecho Constitucional, ni el control fronterizo, ni la separación de poderes, ni la intimidad en los mensajes de los móviles... Y no sean tan simplistas como para pensar que la culpa la tienen los jueces y los policías. Apunten más alto. Que aquí no hay Govern catalán y allí si hay Gobierno español pero en el sentido profundo de la palabra gobernar --resolver problemas, hacer política- desde hace tiempo ni aquí ni allí nadie se dedica a eso. Los que llevan los timones están demasiado ocupados trajinando para durar y para intentar sortear --ellos también-- a los jueces y los policías que investigan las corrupciones.

Afortunadamente, alrededor suyo la gente seria trabaja, la vida sigue, muchos estudiantes estudian y hay personas normales con suficiente sentido de la responsabilidad como para que cada noche se encienda el alumbrado público y cada mañana pongan agua en la otra punta de las tuberías que llegan a las casas.

Perder el tiempo

Decían que en la peor Italia de la corrupción las cosas mejoraban cuando los políticos no conseguían formar gobierno o cuando los ciudadanos funcionaban prescindiendo de los gobiernos efímeros que los viejos partidos a veces lograban constituir. Estamos en una etapa así. Esperemos que sea corta, porque necesitamos políticos que no se limiten a perder el tiempo.

* Periodista