En plena desorientación política, huérfano de liderazgo y con las instituciones paralizadas, el independentismo fía a las protestas ciudadanas en la calle la reacción a la sentencia del Tribunal Supremo contra los líderes del procés. Un arma de doble filo, pues la calle ha escapado a todo control, y es capaz de ofrecer imágenes impresionantes como las de las marchas que ayer confluyeron en Barcelona en una multitudinaria manifestación y, al mismo tiempo, las deplorables escenas de violencia entre radicales y la policía que hace ya cinco días que duran. Ayer fue día de huelga general, convocada por un sindicato minoritario bajo una difusa causa laboral que apenas ocultaba su verdadera naturaleza: un paro en respuesta a la sentencia. En una jornada con muchos problemas de movilidad, el seguimiento de la huelga fue desigual, y dio lugar a los habituales bailes de cifras. En muchas empresas el seguimiento se debió más a un efecto disuasorio ante el temor de los trabajadores de no poder llegar a sus puestos de trabajo que por su voluntad de secundar la huelga. La buena cara de la jornada para el independentismo la dio la impresionante manifestación multitudinaria en el centro de Barcelona, donde confluyeron las marchas procedentes de toda Cataluña. Decenas de miles de personas protestaron contra la sentencia, en un nuevo ejemplo de la más que acreditada capacidad del independentismo para organizar manifestaciones masivas. Miles de ciudadanos catalanes ejercieron su derecho a la protesta y a manifestar su desacuerdo con la sentencia del TS en un ambiente cívico y pacífico. En el resto de España se debería tomar nota: el de los violentos no es el único mensaje que llega de las calles de Cataluña. Pero la de la manifestación multitudinaria no fue la única imagen de la jornada. Por quinto día consecutivo la ciudad vivió gravísimos disturbios. Nutridos grupos de radicales, muy jóvenes, se enfrentaron a los antidisturbios en unos duros choques. Resulta desolador que en un momento en que los Mossos d’Esquadra afrontan una crisis de seguridad ciudadana de una enorme envergadura, arrecien las peticiones de dimisión del conseller de Interior, Miquel Buch, por supuestas malas prácticas policiales. Si las ha habido deben investigarse con rigor. Pero en esta hora crítica cuestionar el trabajo de los Mossos y el del conseller y obviar -cuando no disculpar- la violencia de los radicales dificulta el trabajo de las fuerzas del orden y crea un nefasto ambiente de ausencia de autoridad que alimenta la sensación de impunidad de los radicales. Contribuye a ello la falta de liderazgo del president, Quim Torra, incapaz de emitir un mensaje inequívoco, sin ambigüedades, de apoyo a los Mossos. Mientras la calle protesta de forma legítima y al mismo tiempo arde de forma inadmisible, la estrategia política del Govern es inexistente. Ante la parálisis y desorientación del president, urgen unas elecciones.