Por el arco del Mesón de la Luna, ese comienzo o final de callejas de la Judería que han conformado nuestra juventud, se está quemando incienso de Semana Santa la noche del Día Internacional de la Poesía, tiempo ya de primavera aunque con temperaturas de invierno. Paralela a la calle Cairuán --la belleza que fabricó la alcaldía de Guzmán Reina en los sesenta--, de un portal de Doctor Fléming salen dos muchachas erasmus que mezclan el inglés con el español y que te sitúa en el alma de una ciudad patrimonio de la humanidad en la que por la calle oyes todos los idiomas, hasta esos a los que los vecinos de tu bloque le dan una catalogación peyorativa, como el hispano-sudamericano, el brasileño o el rumano para reprocharte «que Ciudad Jardín ya no es lo que era». Ciudad Jardín, como Valdeolleros, Santa Rosa, la Huerta la Reina o el Campo de la Verdad son partes de esa Córdoba que comenzó en la Colina de los Quemados, por el circuito Cruz Conde, y que el 24 de marzo del 818, fecha de la que mañana hacen 1.200 años, asistió al incidente del Arrabal de Qurtuba contra Alhakén I, al otro lado del río, por Miraflores, una rebelión contra el gobierno de la Córdoba de la época, como dejó dicho Daniel Valdivieso la otra tarde en la Casa Árabe, antiguo Museo Arqueológico, un lugar con unos patios para el silencio, la reflexión y el aprendizaje. Empiezo a pensar que la vida, las ciudades y el mundo comienzan --eso sí, una vez hecho por los jóvenes el 15-M, el 8-M por las mujeres y el 17-M por los pensionistas-- cuando te has jubilado, el Estado te concede un sueldo tan fijo como escaso y la vida te conduce por sendas de aprendizaje tan reiteradas que apenas te queda tiempo para tanto descubrimiento. Casi como le ha ocurrido a los arqueólogos cordobeses, sobre todo desde el comienzo del siglo XXI, que están encontrando debajo de la tierra toda la vida escondida de una ciudad cuya historia empezó a ser asombro para los tartessos, los romanos, los bizantinos, los árabes, los judíos... y, finalmente, para los obispos, que viven por el mismo sitio por donde lo hicieron los califas omeyas --a cuya Mezquita le han puesto precio--, por donde se asentaba el poder. Por la Córdoba del paraíso junto al río, donde las religiones señalaron el cielo y el infierno, por donde este año pasará --como siempre lo hizo, pero sin palcos-- la Semana Santa y por donde, a diario, transitan los autobuses de la City Sightseeing Córdoba, que esta semana que los han puesto casi gratis iban tan abarrotados que su acceso era imposible. Una Córdoba que a pesar de que huela a incienso por el Mesón de la Luna merece el tirón de orejas que la otra tarde le dio en el Ateneo José Javier Rodríguez Alcaide.