Hace unas decadas, la inefable Concha Velasco se hizo famosa con una canción llamada «Mamá, quiero ser artista». Quizás sea un síntoma de nuestra sociedad de consumo que la creatividad de una carrera artística haya quedado subyugada por la creencia de que se vive mejor desde un cargo público. No me lo creo. Jugar a ser alcalde es como jugar a ser seleccionador nacional de fútbol: crees que tú lo harías mejor, porque tus elecciones son lógicas y, sobre todo, son tuyas.

No quiero poner nombres en este artículo, pero por todos son conocidas personajes de la «farándula» que han llegado a optar a cargos de responsabilidad (Reagan contigo empezó todo) Afortunadamente muchos de estos individuos se suelen dar un soberano tortazo de realidad, cuando se dan cuenta que los palmeros que siempre los han acompañado en sus mil y una «magnificas» ideas, difícilmente lo puede aupar a una alcaldía.

«Es la economía, estúpido». Es una frase que se atribuye a un asesor del ex presidente americano Bill Clinton. Esa afirmación no deja de ser un baño de realidad. La economía lo dirige y devora todo. Y no hablo de ricos que pagan menos impuestos -o que no pagan directamente-, sino que hablo de colectivos interesados, sea cual sea su preferencia política. Lo que en ese nuevo lenguaje lleno de anglicismos se denomina lobby: grupos de presión que ejercen su poder en base a su convocatoria social o económica.

Yo nunca llegaré a ser alcalde pero, por lo pronto, admiro a cualquiera que haya ostentado ese cargo. Porque tiene un poco de domador de leones, de equilibrista habilidoso y de impertérrito jefe de pista. La política es un circo porque en eso se ha convertido. Una carrera de coches donde importa menos el llegar primero, como el sacar de la pista al adversario.

Mamá, quiero ser alcalde para poner en valor todo el patrimonio turística de la ciudad (que no todo es Mezquita Catedral). Mamá quiero ser alcalde para recuperar espacios públicos como parques y jardines y convertirlos en zona de encuentro. Mamá quiero ser alcalde para hablar con todos pero imponer un criterio... Así parece muy fácil, ¿verdad? Sería como aplicar la lógica, pero nos olvidamos que el ser humano no se rige por ella, sino por la extrema competitividad.

No, mamá. Yo no quiero ser alcalde. Yo soy más de burlaero que de capote (perdonen el símil taurino a quien puede ofender). Porque una ciudad se gobierna desde el cariño y no el perpetuo combate dialéctico. Porque hace tiempo que no hacen falta ni ideales, sino simple sentido común. La teoría sirve si se pone en práctica. Necesitamos manos que se llenen de grasa, cabezas pensantes que hipotequen su sueño. De oradores andamos sobrados... Escribimos artículos en periodicos. «Es la política, estúpido».

* Escritor