Franco ya ha salido de su pirámide a hombros de los suyos: su familia y unos cuantos heridos de fiebre melancólica por aquellas bondades fantasmales de su dictadura. Los aguerridos trescientos que se congregaron en el Valle de los Caídos levantaron sus brazos al cielo azul de octubre y cantaron los versos de lo que ya pasó, pero se quedó en eso. Principalmente porque la España verdadera, la de la precariedad y el desempleo, los alquileres imposibles, la dificultad de tener hijos y sacarlos adelante, no está en eso, sino en vivir sin que Cataluña consiga partir en dos la tierra bajo los pies. Mientras tanto, en esta realidad de selva informativa y enconamientos afilados con la sangre en los dientes, cada vez tengo más claro que ya no queda ninguna reserva moral que pueda protegerse del rapaz maquiavelismo político. Ahora, con Franco a hombros no de su familia, sino del Gobierno agónico de Sánchez, con la peor EPA de estos años y un paro radical para viejos y jóvenes, el asunto es Franco. Pues vamos a hablar rápidamente del tema, porque en esta selva de la que les hablaba de nuestra actualidad uno tiene que abrirse paso a machetazos: no quedan ideas puras, sino idearios lanzados como botes de mierda a la cara del prójimo. Pero la exhumación nos trae de nuevo, y es una desgracia, esa vieja retórica tan guerracivilista que tanto gusta a algunos, y que tanto los llena de un futuro posible.

Franco fue un dictador terrible que acabó ganando la guerra civil no exactamente contra un Gobierno de la República al final casi inoperante, porque se había dejado arrebatar desde dentro por la mano de Stalin, sino contra el engendro soviético en el que se había convertido, con sus propios fusilamientos y sus propias checas. Esto lo sabe cualquiera que haya estudiado mínimamente el tema, pero ya sabemos que en España no se estudian los temas, pero se polariza todo con virulencia total. En fin, me parece increíble que ahora tengamos que estar puntualizando esto. Por supuesto que la República era un régimen legítimo, pero fue perdiendo su legitimidad al consentir que las calles se convirtieran en campos de batalla con pistoleros de uno y otro lado, que no eran para nada esa España real desde su moderación inicial que luego padeció y sufrió la guerra, arrasada después por el extremismo radical de los dos bandos. Barbaridades, torturas, asesinatos y aberraciones varias se cometieron en uno y otro lado: tanto como actos heroicos de valentía y bondad. Porque en los dos bandos se abolieron garantías procesales y se masacró; pero también en los dos se salvó a gente, se escondió y se protegió a gente, porque por fortuna siempre hay hombres y mujeres por encima de las circunstancias.

Después, con Franco en el poder, vino la dictadura: represiva y cruel. Así que efectivamente no tenía sentido el mausoleo: no solo porque Franco no hubiera caído en la contienda, sino porque no merecía ese trato protagónico en el Valle un dictador sanguinario que murió firmando sentencias de muerte. Pero si hubiera ganado la guerra no la inexistente República, sino el comunismo bolchevique que ejecutaba igualmente a los republicanos sospechosos de no congeniar con Stalin --como cuando hicieron desaparecer a los combatientes del POUM que regresaban de luchar contra las tropas franquistas, solo por ser sospechosos de seguir a Trotski--, no me quiero imaginar cómo podría haber sido una administración que tuviera como modelo las purgas de la URSS.

A lo hecho pecho, y bien está Franco fuera de un mausoleo que no merecía. Pero cuánta pereza soportar esta maniquea y mediocre reescritura gubernamental de la historia que se deja fuera otro bando de las víctimas --porque no busca la reconciliación--, solo porque a Sánchez le viene bien ahora recordar que los dictadores son malos, que se demolieron los derechos humanos y que las democracias son mejores que las dictaduras. Es posible que Sánchez acabe de enterarse de quiénes fueron las Trece Rosas Rojas, pero para los que leímos hace muchos años el extraordinario libro de Carlos Fonseca --a quien ahora nadie recuerda--, que las rescató del olvido para que sus nombres no se perdieran en la historia, no es una novedad. O sea: cualquier tema que pase por las manos de Sánchez, por puro y noble que sea, se deja la pureza y la nobleza atrás. Pedro Sánchez quiere ser el nuevo luchador antifranquista. Joder con el franquismo. Claro que sigue y lo mantienen vivo. Ante esta visión interesada de malos y buenos, lo primero en morir es la cordura.

* Escritor