La guerra civil española supuso no solo una conmoción mundial y un desastre humano, social y político sin parangón en la historia contemporánea española, sino que también produjo un vacío y una debacle cultural que no se recuperaría en decenios. Ello no quiere decir que en España dejara de haber creadores como lo demuestra su propia existencia; la de los poetas de Cántico, la generación del 50, la narrativa más actual como algún libro de Cela, la obra de Delibes, Marsé o Aldecoa. Y en otras artes Miró, Tapiés o Saura, por poner sólo algunos ejemplos punteros de la época o en cine Bardem, Berlanga o Fernán-Gómez. Es decir seguía existiendo creación.

Pero la cultura es algo más que tradición o creación. Es sobre todo un estilo, una forma de pensar y estar en la vida, porque es individual pero también colectiva. Y en la cultura de la época contrita por la omnipresente censura que censuraba inmisericorde incluso a los suyos (en una carta de los años cuarenta se quejaba el franquista convencido José María Carretero, El Caballero Audaz, escritor montillano de populares novelas, de la censura de un escrito suyo), dejaba un margen estrecho a la expansión cultural, a ese estilo del que hablamos.

Y en la propia contienda se produjo una escisión que partía de la desaparición personal de los artistas y escritores. La más paradigmática y universal, la de Federico García Lorca que fallecía asesinado un 19 de agosto de hace ochenta años. Ese mismo día por cierto, moría también asesinado en una tapia de un cementerio de Córdoba donde está enterrado en una fosa común, el fiscal Gregorio Azaña Cuevas, sobrino del entonces presidente de la República y asesinado solo por serlo. Las pérdidas humanas continuaron hasta sus albores con la muerte en febrero del 39 de Antonio Machado a consecuencia de esa radical escisión personal. Por el camino sucumbieron otros como el poeta malagueño José María Hinojosa, el primer introductor del surrealismo en el país, asesinado esta vez por su postura política conservadora. Y en Córdoba destacaría la del poeta lorquiano José María Alvariño también asesinado en época del nefasto don Bruno.

Hay así poetas malogrados por una muerte prematura, pero que ya tenían una importante obra publicada y sin saber qué hubiera ocurrido después, la importancia de cada uno en la historia literaria española estaba ya definida. Pero hay otros como Juan Ugart Fernández, que estaba desarrollando una obra en ciernes, y del que se puede decir que se malogró como poeta por su temprana muerte a la edad de 25 años. Ugart era de la misma generación y amigo personal y literario de Alvariño aunque con caminos divergentes en estéticas literarias y vitales; casi dos vidas paralelas.

La poesía de Juan Ugart, inmadura aunque de calidad, presagiaba importantes aportaciones a la poesía cordobesa. De ello ha sido consciente algún profesor universitario cordobés como Blas Sánchez Dueñas que hizo una edición facsímil y una concienzuda investigación sobre su obra del único libro de Juan Ugart editado, Presentes de Abril. Nacido en Villanueva de Córdoba el 18 de octubre del año 1913 en la calle Pozoblanco, a los once años se traslada Ugart a Córdoba para iniciar sus estudios de segunda enseñanza, ciudad donde se afinca el resto de su vida y donde tras sus estudios de magisterio comienza a trabajar como maestro del Estado. Cuando llega el golpe de Estado del 36, fracasado en un principio, se inclina por el bando rebelde, se hace falangista y un activista de dicho bando, y tras trabajar en el periódico Azul, viaja al frente de guerra, falleciendo en la batalla del Ebro el 4 de septiembre del 38. Juan Bernier que también se hallaba en un frente de guerra cercano de la zona nacional, había quedado con él y el día que fue a buscarlo le dijeron que había fallecido.

Literariamente es una de las personas en los años treinta en Córdoba que tiene, a pesar de su juventud, más relevancia pública en nuestra ciudad y por la época en que publica y desarrolla su creatividad se le puede encuadrar en la llamada generación del 36 o de la República, aunque a los del 27 también se les llamó así quizás de manera errónea. Sus primeras publicaciones de poemas las hace en 1935 en la revista sevillana Hojas de Poesía, en la que también publicaba el cordobés Rafael Porlán, otro poeta olvidado cordobés, aunque últimamente ha habido una cierta recuperación de su figura. También en 1936 publica algún que otro poema y colabora con el diario La Voz. Los ambientes literarios de la época se forjaban o cuajaban --si en Viena o París era en los cafés-- en las tabernas de la ciudad, como la de la Sociedad de Plateros. Allí, en armonía lúdico-cultural con el vino de la tierra montillana, las tertulias iniciaban el camino de los poetas y así en marzo del propio 36 junto con Ortiz Villatoro, Enrique Moreno, Olivares Figueroa, Augusto Moya y Juan Bernier --que formaban el Comité Editorial--, publican una revista poética titulada Ardor, que pretendía «la aventura de lo inexplicable y aspiración de explicarlo más o menos por este trance de ARDOR». La revista la subtitulan Revista de Córdoba y solo publicará, por la interrupción de la guerra civil, un único número.

Pero lo más importante de Juan Ugart es la publicación de su único libro ya citado, Presentes de Abril, en febrero de 1935; un libro compuesto por 18 poemas. En este libro, algo inmaduro poéticamente, sigue las corrientes vanguardistas de la época, en especial el ultraísmo con una poesía ajena al yo, en tercera persona, y en este sentido es antirromántica y antimodernista y huye del populismo de Lorca, aunque no se escapa del todo. Una poesía muy de la naturaleza y de un cierto aunque contenido futurismo, con el uso de neologismos y de metáforas e imágenes impactantes: «Los montes gatos con sueño/ ponen sus lomos al sol»; «La tierra,/ madre fecunda,/ daba sus pechos al mar»; «La tinta verde de abril/ sangra joven en las plumas».

En resumen, un poeta malogrado por las circunstancias y que merece la pena pararse a leer sus poemas, aunque sea con la desazón de pensar que se malogró no solo una vida, sino también una carrera poética y literaria que hubiera dado quizás en el futuro sus mejores frutos. Lo malogrado fue así mucho más que la desaparición física de unas determinadas personas. La cultura quedó huérfana.

* Médico y poeta