Hace meses, una semana antes del confinamiento, pequé de buenista al confiar en esta misma columna que de esta pandemia, con un poco de suerte y aprendiendo la lección, saldríamos más humanos, más solidarios, más individuos en un planeta donde todos tendríamos mayor empatía, con más capacidad de ponernos en el lugar del otro... Y una mierda.

De las encuestas del CIS, además de otras carencias como la de no indagar los últimos años por la opinión sobre la Casa Real (qué casualidad), también echo de menos una pregunta clave en el cuestionario que sería tan reveladora como el grado de confianza empresarial o el ránking de los mayores problemas que percibe el ciudadano. La cuestión sería: ¿Ha aumentado o disminuido su grado de crispación y su mala leche durante el periodo de la presente encuesta?

No es una cuestión tonta, porque en vez del buenismo que propugnan algunos anuncios de TV tras la pandemia y que tanto emocionan por las ganas de creérselos, un servidor el primero, la irritación individual y social es inmensa. Y perfectamente justificada. De entrada, en el fondo del mensaje para no contagiarse está el mantener una distancia que no deja de poner al otro como un enemigo potencial, y todo ello trabajando horas y horas con una mascarilla que cabrea al tropezar porque no se ven los pies, que agobia con el calor, que impide ver totalmente la expresión facial y esos gestos de simpatía y broma que endulzan cualquier conversación y eliminan malentendidos... Y si encima hablamos de la caída de ingresos, el riesgo de desempleo, la vuelta al cole de los pequeños, las llamadas del banco que ya no perdonan el déficit de la tarjeta por la compra en el supermercado, la incertidumbre... ¡Hasta hay monárquicos, republicanos y monarcanos que echan de menos en estos tiempos los bares sin restricciones para debatir sobre la marcha de Juan Carlos I! No porque realmente les afecte a su agobiante día a día la situación de la Casa Real, sino porque no preocuparse en un bar es lo realmente preocupante. ¡Cómo se añora eso de pegar en la barra dos golpes como Dios manda mientras se habla para reafirmar los argumentos propios! Cualquier teoría política en España, como sería la de discutir sobre el Rey emérito, sin esa chulería de maltratar el mostrador de un bar... ni es política ni es nada. Hasta eso nos ha quitado el coronavirus.

El caso es que en lo peor de la crisis sanitaria ya algunos advirtieron que la mala leche era lo único que sobraba para superar el trance, y ahora tampoco veo que sirva para lo que se nos viene encima. Pero admitiría que se ponga en marcha un malalechómetro que mida la crispación individual y social. A fin de cuentas ya estamos anestesiados porque se divulguen a diario cifras sobre los muertos por la pandemia, sobre el drama del paro, sobre la pobreza generada... números que, sean los que sean, deberían escandalizarnos, dejarnos abatidos. Quizá porque un drama en cifras, aunque en sí mismo poner número al dolor ya tiene algo de inmoral, parece menos grave... Más manejable.