Se supone que si vives solo o sola, o no tienes pareja, es que tienes que ser un infeliz, una desgraciada o un loco. Está mal visto eso de no compartir cama con nadie y si eres mujer, ya ni te cuento, porque la «loca de los gatos», siempre es ella, no él y si tiene montones de gatos es para mitigar su soledad.

Hay incluso quien lo utiliza como un insulto, como una manera de hacer daño. «Te vas a quedar sola, porque eres inaguantable, porque a ti quién te va a querer». Lo más triste de este ataque es que suele ser una proyección y es precisamente la persona que lo lanza la que está expresando su miedo más atroz y la realidad de quien es.

Pero, ¿y si descubres que eso de la soledad es una elección, una opción o estado más que te ofrece muchas posibilidades de encontrar la felicidad y la paz?

Todo va a depender de si lo de estar en compañía lo has convertido en una necesidad y te has convencido de ello. Si realmente te sientes capaz de cubrir tus propias necesidades, por ti mismo, ¿por qué el estar solo debería suponer una amenaza para tu felicidad?

Evidentemente, es muy distinto si tienes alguna enfermedad física o mental y estás imposibilitado para cuidar de ti mismo o para vivir en unas condiciones mínimamente favorables. Me refiero a personas con dificultades de movilidad o deterioro mental u otras minusvalías, donde la soledad se convierte en un problema para subsistir. El verdadero problema está cuando no es ese el caso pero sí sufres de dependencia emocional. Te da pánico que no haya otra persona a tu lado que te quiera, que te apoye, que te escuche, que te solucione ciertas cuestiones en las que no te desenvuelves bien, o porque, digámoslo sin tapujos, no queramos ser responsables de nosotros mismos, nuestras decisiones, nuestros actos u omisión de los mismos o creas o te hayan hecho creer que no eres capaz de ello.

¿Qué pasa si un día descubres que el miedo a la soledad o al abandono era una trampa que te estaba impidiendo ver que realmente no necesitas a nadie más que a ti mismo, y no solo eso, sino que quien te inculcó ese miedo, lo hacía para así poder manipularte y con ello que cargaras tú con todas sus responsabilidades, de las que él, o ella, es incapaz de proporcionarse por sí mismo y menos aún de ayudar o aportar nada a nadie más?

Porque, ¿qué necesitas?, ¿qué quieres? Nadie mejor que tú para saberlo y para concedértelo. No necesitas que te quiera nadie si tú te quieres. No necesitas que nadie se encargue de hacer tus cosas, tus tareas, tus asuntos, si eres responsable. Y si algo no lo sabes hacer, pues aprende o pide ayuda, eso no quiere decir que tengas que meterlo en tu casa, en tu cama o en tu vida.

Vivir solo tiene muchas ventajas, de las que te va a costar mucho prescindir si algún día aparece alguien en tu vida dispuesto a conquistar tu corazón (mientras no se lleve tu alma...). No discutes con nadie, la cama es toda para ti, puedes comer o cocinar lo que a ti te gusta o te apetezca, el baño siempre está disponible, no tienes que escuchar los ronquidos de nadie ni que nadie te dé un codazo por roncar, no tienes que estar riñendo por la temperatura de la estufa o del aire acondicionado, ni por el mando a distancia, no tienes que estar atendiendo demandas de nadie y miles de cosas más. También es cierto que tiene algunas desventajas, no iba a ser perfecto, como que siempre es a ti a quien te toca tirar la basura o cambiar el rollo de papel higiénico, fregar los platos, sacar al perro, no hay quien te cuide si te pones enferma... Ah, espera... Ahora que lo pienso, después de haber tenido varias relaciones, resulta que era lo mismo, que siempre me tocaba a mí, que nunca estaban, que solo estaban para dar trabajo, molestias, insultar y no saber respetar, valorar y cuidar a la persona que tenían a su lado. Esa soledad sí que es terrible, cuando te sientes totalmente sola estando mal acompañada, porque nunca están en los malos momentos, en los duros, cuando realmente lo pudieras necesitar.

No, no estoy sola, estoy en la mejor de las compañías. No es por daros envidia, pero estoy con una persona maravillosa, que me quiere, me sonríe, me mima y a veces hasta me consiente, me escucha con paciencia, saca lo mejor de mí, me cuenta unos chistes buenísimos y que, aunque ronque, no me protesta.

Soy mi propia compañía, una estupenda compañera de vida. Porque la soledad no tiene por qué ser mala, la mía por ejemplo, es soledad de la buena.

Que si me lo mejoras, pues quién sabe, pero qué difícil lo tienes.

* Escritora y consultora de inteligencia emocional. Autora de ‘Jodidas, pero contentas’