Después de haber recorrido 14 institutos de Secundaria en seis años como profesor interino por seis provincias andaluzas, desde su último destino, en el pueblo de Iznájar, Pablo Poó lanzó una arenga a sus alumnos suspensos el pasado mes de diciembre y se armó la de Dios en las redes sociales. Harto ya de estar harto del sistema educativo, que bien conoce y padece desde dentro, y más que harto de alumnos vagos y pasotas escribió «carta a mis alumnos suspensos» donde les cantaban las verdades de un maestro vocacional que siente en carne propia las deficiencias de la educación en nuestro país. Luego, del género epistolar pasó al audiovisual y él mismo grabó un vídeo leyendo la carta a sus alumnos, un vídeo que se ha hecho viral con casi medio millón de reproducciones y que tal vez algunos de ustedes hayan visto. El profesor dice verdades como templos sobre la indolencia de los alumnos, su vagancia, su desconocimiento de cualquier referencia cultural y de la realidad que viven; les advierte de lo negro que van a tener el futuro si no espabilan, de cómo serán manipulados si siguen tan gregarios, y de los riesgos de una vida no vivida sino sometida. Y entonces el profe de Iznájar, que hace todos lo días 200 kms para cumplir como maestro, se hizo popular en la red y entre los medios de comunicación, y fue objetivo de las televisiones que sólo se ocupan de la educación cuando hay temas escabrosos y carnaza para la audiencia. Esas televisiones que reproducen los modelos que sus alumnos suspensos toman por iconos: los futbolistas de éxito, los que viven del cuento o de su cuerpo, los famosíllos por mostrar sus tripas, los cocinillas (ahora tan en boga) o los niños cantarines con alma de viejos. Porque, además de la soledad que tienen hoy los maestros frente a la revelación y rebelión de los iletrados -que logran colocar a un ser como Trump al frente de los EEUU-, sufren la estulticia de un gobierno que para acabar con el fracaso escolar rebaja las exigencias académicas, iguala a los estudiantes por los más simples de la clase y no por la excelsitud de los que tienen talento y ganas de comerse el mundo, poniéndose de parte de los padres berzotas que montan un pollo cuando a su hijo le quitan el móvil por estar jugando con él en clase. Me dice Pablo que a los alumnos de tercero y cuarto de la ESO les está pasando exámenes de primero y ni por esas aprueban. De ahí su rabia y el grito a sus alumnos para que espabilen, porque la vida va a ser dura, inclemente e inapelable con los que se queden atrás, con los que no tengan enchufe, con los que no sepan idiomas, con los que además de ser pobres sean tontos. Callar sería un delito de silencio.

* Periodista