En la impresionante y larga cola en el Patio de los Naranjos de gente que quiere visitar la magna exposición en la Mezquita cada cual va buscando a su dios. Esa mujer de El Carpio, al Jesús Nazareno de su pueblo; la muchacha árabe con pañuelo en la cabeza a Alá; y ese judío, que no sabemos si ha votado a Netanyahu o a Gantz, a Yahvé. Por la noche todos los dioses duermen en la Mezquita, su paraíso, con las puertas cerradas, a donde no sabemos si bajarán los alarifes eternos para dejar en perfecto estado de revista el sagrado monumento para el día siguiente. Aunque también descansan, bajo sus costeadas lápidas, muertos de nobles familias pudientes que podían pagar a la Iglesia parte de su salvación eterna. Estamos en un espacio de la historia que solo es propiedad de los dioses y de los seres humanos que buscan una explicación a su existencia. Ese lugar al que en su día, de paso por Al-Andalus, Salomón, el hijo de David, de la estirpe del Dios de Israel, llegó y se paró junto a una hondonada al lado del Guadalquivir. Se detuvo y dijo: «Rellenad y nivelad este lugar pues aquí se alzará un templo en el que se rendirá culto al Altísimo». La historia cumplió fielmente el deseo del sabio rey de Israel. Quizá por eso el pueblo haya desbordado, incluso ante el obispo, todas las previsiones de asistencia a la magna exposición de Semana Santa, fuera de calendario, «Por tu Cruz redimiste al mundo». En estos días la Mezquita-Catedral ha sido el espacio de Córdoba más mirado por el mundo porque mientras unos le rendían culto al obispo Pedro de Salazar en su tumba, al lado de San Ramón Nonato y muy cerca de la exagerada expresión de la Santa Teresa y el San Juan de la Cruz de Aurelio Teno, desde la sacristía, otros fotografiaban el espacio del Mihrab, el esplendor estético de un monumento tan universal que no puede ser propiedad privada. Se ve desde la zona de la sacristía a los turistas tomando en la primera terraza de Corregidor Luis de la Cerda la cerveza del verano al mediodía. Donde quizá huela demasiado a incienso un territorio Patrimonio de la Humanidad. Una mujer de cierta edad le repite a su compañera: «Esto es muy bonito». Y salen de la Mezquita universal, donde habitan todos los dioses.