La polémica del cuadro Con Flores a María no pasaría de ser una catetada provincial de culo, pis y caca de no mediar un interesante conflicto jurídico entre el derecho a la libertad de expresión y el artículo 525 del Código Penal. Para quien no lo sepa --aunque a estas alturas ya resulta difícil abstraerse--, la Diputación y la Fundación Botí han organizado una exposición titulada Maculadas sin remedio. En la obra de referencia, Con flores a María, aparece una mujer ataviada como una Virgen y rodeada de angelotes un poco a lo Murillo, con corona de flores y mirada hacia la eternidad, pero tocándose ligeramente el pubis bajo el azul manto vaporoso. Oh, provocación. Oh, feminidad. Oh, feminismo. Se armó el jaleo y el pasado jueves alguien la rajó de arriba a abajo, aprovechando las puertas abiertas y los muchos asistentes a un certamen de jóvenes flamencos en el Palacio de la Merced. El descerebrado que aprovechó el tumulto para ir hasta el cuadro con una navaja tan solo ha conseguido eclipsar el conflicto jurídico del que hablábamos arriba, que puede aplicarse también a otras polémicas bastante recientes. En el caso del cuadro, su ejecución y su postrera exposición, no hay choque de derechos fundamentales: el artículo 20 de la Constitución reconoce el derecho a expresar y difundir libremente pensamientos, ideas y opiniones por escrito o cualquier otro medio, y también a la producción literaria, científica, técnica... O artística. Alguien quizá recordó el artículo 16, relativo a la libertad religiosa: pero no hay confrontación, porque la existencia del cuadro, su integración en esta muestra o su difusión, en nada impide o limita el ejercicio del culto religioso, en este caso católico. Algo así como las viñetas de Mahoma en Charlie Hebdo: si se hubieran dado aquí en España y un miembro del culto musulmán hubiera elevado el tono de la queja, se le podría haber respondido que él y todos los suyos pueden seguir rezando; y que, si no les gusta, no miren la revista.

Donde sí hay conflicto, y grande, es con el artículo 525 del Código Penal, referido a quienes «para ofender los sentimientos de los miembros de una confesión religiosa, hagan públicamente, de palabra, por escrito o mediante cualquier tipo de documento, escarnio de sus dogmas, creencias, ritos o ceremonias, o vejen, también públicamente, a quienes los profesan o practican». Una posible defensa sería alegar una finalidad artística, y ahí vendría la interpretación del juzgador; pero parece evidente que hay una intención dirigida concretamente a los católicos, y no precisamente enaltecedora. Porque si de reivindicar la libertad sexual femenina se trata, más contemporáneo, más realista y desde luego más comprometido con la dureza que padece la mujer en el mundo habría sido orientarlo hacia la situación femenina en los países regidos por el islamismo radical, que no son pocos ni secretos. Eso sí habría sido provocador y feminista, y sobre todo honrado, con la esclavitud que padecen millones de mujeres. Pero no: vamos a por el culo, pis y caca anticlerical, toquemos los huevines a las huestes casposas del nacionalcatolicismo, porque aquí nadie va a entrar en nuestro estudio, como pasó en París, con una recortada a reventar cabezas, y a lo más que vamos a llegar es a esta agresión desequilibrada, chapucera y torpe, que ha dado al cuadro la actualidad que nunca habría logrado por méritos artísticos.

Si yo soy católico a mi fe no la ofende ninguna mamarrachada, como si soy de izquierdas no me ofende aquella conversación mítica de Nicolás Maduro con un pajarito que era, según él, Hugo Chávez reencarnado --ahora nos parece delirante, pero hay pruebas audiovisuales--, lo que también tenía cierto punto de revelación mística. En el terreno jurídico, el artículo 525 del Código Penal parece un anacronismo impropio de un Estado de derecho y choca con el concepto constitucional de la libertad de expresión, del mismo modo que Lolita de Nabokov, la obra de Balthus y cualquier otra manifestación artística pretendidamente sexista también pueden ampararse en esa misma libertad creativa.

Si el cuadro y la idea de la exposición resultan indignantes no es por su intención faltona --culo, caca, pis; picha, teta, orgasmo--, sino por su feísmo. No podemos manejarnos todo el rato con el Código Penal en una mano y la Constitución en la otra, y quienes administran el dinero público deberían haber pensado que muchos cordobeses que les pagan el sueldo, a ellos y a los artistas, podrían sentirse ofendidos.

* Escritor