Los franceses usan el término bouleversement para definir una situación de profunda alteración. Y eso es lo que ha sucedido en el Hexágono con la primera vuelta de las elecciones legislativas de ayer: una auténtica conmoción política con el amplísimo triunfo de La República en Marcha (LREM), la organización creada hace apenas unas semanas por Macron, que accedió a la presidencia del país hace un mes. El sistema electoral francés facilita esta polarización absoluta, y los sondeos ya pronosticaban una cómoda victoria de LREM, pero la realidad ha superado las mejores expectativas del joven dirigente: según el escrutinio iniciado anoche, el nuevo partido puede dar por hecho que tendrá la mayoría absoluta de los 577 escaños de que consta la Asamblea Nacional, un hito casi sin precedentes en la historia de la Quinta República. La segunda vuelta, el próximo domingo, probablemente aumentará este muy confortable dominio parlamentario de Macron, que tendrá así una capacidad política enorme para impulsar las reformas que necesita la sociedad francesa. El programa de Macron suscita grandes expectativas no solo en Francia, sino en muchas otras partes de una Europa que contempla a París como el último dique de contención frente a la xenofobia y el aislacionismo que socavan el alma del Viejo Continente. La responsabilidad que recae sobre Macron, pues, es grande, aumentada por su extraordinaria acumulación de poder en un mes y medio. La contundencia del triunfo de LREM tiene el inevitable envés en el hundimiento del utlraderechista Frente Nacional, superado por Los Republicanos, y del Partido Socialista, relegado a la quinta posición con menos del 10% de votos. Un lógico corolario de la gran decepción causada por la presidencia de Hollande y las guerras internas del partido. Pero, lejos de la complacencia, Macron tampoco puede ignorar que la abstención fue ayer del 50%, un signo claro de cansancio que quizá anuncia que la auténtica oposición estará en la calle.