No se le puede negar al presidente francés, Emmanuel Macron, voluntad para aplacar las protestas de los chalecos amarillos. Las medidas anunciadas pueden interpretarse como un intento de reconciliarse con amplios sectores de la sociedad que se sienten abandonados por sus dirigentes. Macron, criticado por mantener una actitud distante con los ciudadanos, reconoció la justeza de sus reivindicaciones y se comprometió a los cambios. Entre las medidas estrella, la rebaja del impuesto de la renta y la reforma de la Administración, que supondrá una descentralización, se supone que dentro de los angostos límites aceptables en la tradición jacobina del país vecino. La intervención de Macron se produce tras el gran debate nacional, en el que durante meses los franceses han podido opinar sobre ecología, servicios públicos, democracia y fiscalidad. El presidente ha querido evidenciar así ante la sociedad que «ha escuchado» sus reclamaciones. No obstante, se reafirmó en no dar marcha atrás en la supresión del Impuesto sobre la Fortuna, uno de los temas que más descontento social ha generado. La adopción de medidas es lo mínimo que se le podía exigir al Elíseo ante un problema de esta magnitud. Los chalecos amarillos se muestran disconformes con su oferta y ayer volvieron a protestar en las calles de París, aunque quizá esta le baste para neutralizar el apoyo del resto de la sociedad francesa al movimiento.