Será difícil olvidar estos meses de julio y agosto repletos de historias a la luz de la luna. Un manantial fresco de hitos históricos, leyendas, pasiones y relatos llegados como un renovado venero que desemboca en el Guadalquivir donde recibe las aguas del Genil. Entre castillos y murallas conocimos a un cántabro, Pedro Ardanuy Palacio, que amasó una fortuna mientras el conde de Palma dirigía el Museo del Prado. Nos hemos encontrado con callejeros de bella sonoridad como Boquete de Anguera o Manga de Gabán; con casas señoriales, tradicionales o burguesas como aquella de Francisco Molero, que confundió leones con lobos y por su antojo nos cambió el escudo.

Hemos pateado pagos de huertas casi milenarios en las orillas de los ríos donde se perdió una vieja capilla reencontrada una noche hortelana o donde conocimos que junto al Guadalquivir hubo un cortijo nombrado Casa Santa, obra pía perteneciente a Jerusalén. Y allí, en el cerro de Belén, con luna llena, revivimos aquella comida de conejo con caracoles, del rey poeta Al-Mutamid, quien sentó a sus comensales junto a una necrópolis musulmana, en un lugar habitado desde el origen del hombre.

Y entre conventos y capillas supimos que el caballero cordobés Juan Manos Alvas mató vilmente a su esposa, Marina Díaz Cabeza de Vaca, y la desagravió fundando un convento de monjas clarisas con un claustro tan hermoso que da gusto profesar entre esas columnas mudéjares. Para los niños del 36, ese claustro fue comedor del auxilio social, y ya los recuerdos se turban entre hambrunas y fanatismo.

Diez recorridos históricos clausurados en el cementerio San Juan Bautista de Palma del Río, donde tantos nombres citados han resucitado la memoria de otro agosto con el registro de asesinatos y represión. Mientras escribo, suenan a medianoche las campanas de la parroquia de la Asunción anunciando que ha llegado la patrona de Palma del Río a la luz de la luna. Gracias, luneros. H