Hace pocos días recibí de un amigo una fotografía del sacerdote Luis Briones Gómez (Priego de Córdoba, 1936) tomada el pasado 7 de enero. Se le ve en ella junto al Papa, y es fácil percibir el gozo que embarga a ambos por ese encuentro. Luis, con suma sencillez, muestra su alma a Francisco sin revestirse para ello de sotana ni clerygman alguno: solo ese jersey que, en ocasiones, luce entre los vecinos del popular barrio cordobés del Sector Sur. En San Ignacio de Loyola, donde aún ejerce como párroco in solidum, sus feligreses debieron experimentar una gran alegría al saber que su más querido amigo había viajado al Vaticano para vivir una experiencia inolvidable, la cual incluyó la concelebración de una misa en Santa Marta con el Santo Padre. En tal visita tuvo la oportunidad de recorrer las calles y plazas de la Ciudad Eterna, donde se formara en derecho canónico (Universidad Gregoriana) y en teología moral (Instituto Alfonsino), disciplinas que, a su vuelta de Roma, enseñó de manera magistral en el seminario conciliar de San Pelagio, del que llegó a ser rector, y en el entonces prestigioso CET de Sevilla. Tal magisterio y las reflexiones que lo acompañaron fueron plasmadas luego en numerosas publicaciones escritas con sabiduría; entre ellas, un libro en el que defendía una determinada orientación pastoral: Parroquia de barrio hoy. Crónica de una búsqueda (PPC, Madrid, 2006), o la edición en dos volúmenes, en 1993, de la obra selecta de Fernando de Urbina.

Durante años mantuvo su colaboración en Frontera-Pastoral Misionera, en la que supo conjugar su rol de investigador con sus convicciones más personales, las cuales florecieron al calor del Concilio Vaticano II. A veces, he asistido a su eucaristía, por lo que comprendo bien lo que una feligresa suya ha dejado escrito acerca del viaje a Roma antes referido, algo que tal vez el padre Bergoglio desconociera del presbítero cordobés; que él, jesuita de corazón igual que el Papa, también es un fiel seguidor de las enseñanzas del santo de Asís, lo que le lleva, con ese espíritu de vida aprendido del santo, a transmitir como nadie el recuerdo vivo de la Última Cena. «¡Qué suerte tienes, Francisco!, -afirmaba la referida feligresa-. Sin enterarte, como suele ocurrir en los asuntos esenciales de la vida, vas a tener la oportunidad de concelebrar la Eucaristía con Luis Briones», un campeón de la fe. Y para otros muchos, también, una de las cabezas mejor amuebladas de la ciudad de la Mezquita, donde ha sabido regalar esperanza a la gente, y no solo en un barrio de personas trabajadoras y sencillas, sino también entre teólogos de prestigio, en ambientes de trabajo que se remontan a sus años de Consiliario en la JOC. Ha sabido acoger con generosidad a los jornaleros de Baena, o animado a los vecinos y a los más jóvenes en las colonias, para abrazar la solidaridad real con los más pobres, en un interesante y estimulante ejercicio de autenticidad.

Siempre mantuvo su talante progresista, lo que en él se tradujo en la presentación del Evangelio como esa buena noticia que exige la liberación de los pobres; además, el honesto examen de conciencia y de revisión de vida que tanto ha caracterizado su proceso de maduración y evolución personal, le ha llevado a la búsqueda de repuestas a sus hallazgos, las cuales, en ocasiones, ha trasladado hasta el Consejo del Presbiterio. Porque Luis, ante todo, es un hombre comprometido con su labor solidaria, lo que en 2008 le valdría un reconocimiento de la asociación Maizca. Jamás ambicionó ser canónigo, ni ostentar dignidad eclesiástica alguna que le llevara a ser considerado como un cura funcionario. De haberlo anhelado, con su formación y compromiso pastoral, bien podría haber llegado hasta lo más alto del episcopado. Desde hace ya demasiados años, sin embargo, en la sede de Osio, cesó en su tarea docente, tal vez por las ideas que mantuvo desde que se convirtiera al progresismo, o bien por su compromiso con realidad social más adversa, el cual contrastaba con el conservadurismo diocesano. Para algunos, su magisterio rozaba la heterodoxia. Si así lo fuera, probablemente fue consecuencia de ser testigo fiel de la fe en Cristo, la cual vive gozosamente conjugándola asombrado por sus convicciones, que andan hoy en desuso por más que, en misas y revistas dominicales, se proclamen por miembros de una Iglesia tan particular e integrista como es la cordobesa.

En su experiencia teológica y de misión ha sabido transmitir que la buena noticia de Jesús de Nazaret solo tiene realidad si a diario se hace cuerpo en nuestra vida, haciendo que aflore en lo más dinámico de nuestras relaciones. Por desgracia para quienes aún creen en el mensaje expresado en las Bienaventuranzas, quedan ya pocos curas que de verdad lo acepten. Y, sin temor a equivocarme, el bueno de Luis Briones, un hombre de Dios, es uno de ellos.

* Catedrático