No soy una estadounidense «normal», nací en Puerto Rico. Esto hace que por defecto tenga la nacionalidad estadounidense, tenga dos idiomas oficiales y sepa hablarlos a nivel nativo pero que mi raíces familiares se remonten a Galicia y la isla de la Gomera. En mi casa se comen hamburguesas, el típico arroz con habichuelas y el mofongo. Los días de lluvia disfrutamos de un buen caldo gallego.

Para quienes no estén familiarizados con la situación política de Puerto Rico, esto puede parecerles un lío, y lo es, pero es la realidad para los millones de estadounidenses nacidos en Puerto Rico que estamos esparcidos por el mundo. Estadounidenses, sí. La nacionalidad puertorriqueña no existe.

Puerto Rico fue una colonia española que fue cedida a los Estados Unidos en la Guerra Cubano-hispanoamericana. En el 1898 pasamos a ser territorio estadounidense y hoy día seguimos siéndolo con un estatus curioso: Estado Libre Asociado. ¿Que qué es eso? Eso no lo sabemos ni nosotros mismos. Tenemos pasaporte americano, somos estadounidenses por derecho de nacimiento pero nuestras leyes no necesariamente van de la mano con las de Estados Unidos. No tenemos derecho a votar por el presidente de los Estados Unidos, siempre y cuando residamos en la Isla, y las embajadas que nos «representan» alrededor del mundo son esas que tienen la bandera con 50 estrellas y en la puerta tienen el sello con un águila. ¿Qué pasa? Que eso confunde al mundo y, si vives aquí en España, tienes que explicar esto por lo menos una vez al día.

Soy una mujer que antes de llegar a España, a vivir de forma permanente, he vivido en muchos sitios, que tengo una experiencia laboral diversa, dos carnets de conducir (uno del estado de Illinois y otro de Puerto Rico), y una carrera. Esa aparente normalidad ha cambiado al llegar aquí. Además de ser una extranjera en toda regla, con todo lo que eso supone, siento que he perdido mi identidad. Llego aquí con esos carnets, esa carrera, esa vida... y aquí no me vale nada. Cuando me piden documentos que no soy capaz de aportar, porque Puerto Rico no los emite, voy al consulado de Sevilla, reabierto hace unos meses, a sentarme a que me sonrían y me digan: «Yo te hago una carta a mano porque no puedo darte nada más, les dejo mi firma y la posibilidad de que se comuniquen conmigo por si quieren verificar la autenticidad del documento pero al ser de Puerto Rico no puedo darte lo que solicitas. Si el Gobierno de España no lo entiende, que me llamen».

Vivo en Córdoba, eso quizás lo hace todo más complejo. No hay una comunidad amplia de estadounidenses, mucho menos un grupo de puertorriqueños por aquí. Esto no es una gran ciudad acostumbrada a las múltiples situaciones que eso trae consigo. Aquí mis preguntas se contestan con un «no lo sé», «debe ser igual que en Latinoamérica» o «te vas a Madrid y allí te resuelven».

No vine aquí por necesidad. Me casé con un español que, cuando decidimos hacerlo, tuvimos que llegar a un acuerdo sobre quién se mudaba a dónde. Me tocó a mí y aquí estoy. No vine a quitarle el trabajo a nadie, no vine a «chupar» del Gobierno y no tengo el objetivo de aprovecharme de la sanidad pública. Estoy aquí porque soy una mujer que ama y que ha elegido hacerlo. Estoy aquí y debo tener el derecho, como todos los seres humanos, de ser yo misma, de ser parte de esta sociedad en la que ahora me muevo y de que se me valore por mis méritos. Tengo que tener el derecho, como todos los muchos inmigrantes que estamos aquí, de que no se me juzgue antes de tiempo y que sean justos conmigo. Tengo que tener el derecho de tener una autoestima que no dependa del Estado; tengo que volver a ser yo sin que sea tan duro.

Hoy estoy haciendo un máster para que el Gobierno reconozca que tengo unos estudios universitarios, me vuelvo a sacar un carnet para probarle al Estado que soy apta para conducir en este país y cuando acabe voy a tener que seguir probando que «yo

valgo». Siempre he estado «apta», eso no lo dudo.

* Profesora de Lengua Española, estudiante del Máster de Cultura de Paz de la UCO e intérprete voluntaria de Cruz Roja