Es tiempo de luces, sobre todo para algunos que de repente aparecen y dicen que nos conocen de siempre.

Cuando era pequeña y llegaba la navidad, lo mejor eran aquellos días en que mi padre sacaba el atrezo navideño guardado en un trastero en cajas de cartón con olor a humedad que aún recuerdo. Cada año añadíamos alguna novedad, pero pasaron lustros en los que todo giraba en torno al Belén y un árbol plegable con espumillón y bolas de colores, de cristal finísimo. Añadíamos al Belén figuras cada año pero las proporciones nunca me gustaron. Junto al enorme carpintero, había pastorcillos de plástico minúsculos y en el río unos cisnes que lo ocupaban entero. Sobre el río plateado un cielo azul profundo en papel de charol en el que colocaba estrellas doradas que recortaba durante toda la tarde. Luces, las justas. Una tira de bombillitas de verdad que mi padre reponía si alguna estaba fundida y las montañas con paneles de corcho del campo.

Hubo otra época en la que yo hice de madre que ponía el Belén y el árbol de navidad era de verdad. Cuando ahora recuerdo haber comprado pinos naturales que maltrataba con bolas y bombillas para dejarlos en enero famélicos en la basura, me entra un gran remordimiento. En esa época el espumillón pasó a un plano secundario y tomaron protagonismo las bolas de plástico y los adornos americanizados (Papá Noel, trineos y nieve). El Belén era más pequeño, pero procuré que las figuras guardaran una proporción equilibrada, así que el caganet que mi hijo entre risas escondía cada año en las montañas de papel de corcho tenía el tamaño de San José. ¡Qué daño nos ha hecho esa figura en nuestras vidas! El río pasó a ser una fuente enchufada que para asombro de mis hijos echaba agua de verdad y las luces ya no se reponían, pues habían llegado desde China las tiras que hacían juegos y combinaciones de colores.

Hoy el Belén lo he reducido al misterio barroco, el árbol es desmontable en tres tandas, casi auténtico, pero de material reciclable, las bolas todas rojas y el resto... Todo luces. Luces en las barandillas, luces en el porche, en la entrada, luces como las de Foro Romano que confieso me han fascinado.

El ojo y la banalidad son muy proclives a las luces, pero no olviden que las sombras ocultan, siempre, mucho más y en esta ciudad todos somos muy de sombras y de patio interior en penumbra.

* Abogada