Ninguna luz mejor que la del sol al amanecer de una mañana de Navidad. Son los primeros días del Solis Natalis romano sobre los que la Iglesia hizo luego nacer otro sol. Pero merece la pena recuperarlo a hora temprana cuando la silueta de la ciudad, de sus torres y de sus arcángeles, se recortan sobre el cielo. Hay maletas de turistas tempranos a las puertas de los hoteles y se echa de menos a los habituales runners, que parecen haberse tomado una tregua a la par que las persianas metálicas de las cafeterías.

No sé qué vela les habrá tocado hoy encender en Lucena a los guardianes de la januquiá, el candelabro de los nueve brazos que conmemora la victoria de los macabeos en su guerra con los griegos seléucidas. La leyenda habla de que el del Templo pudo encenderse durante ocho días con una cantidad de aceite que en principio daba para uno solo. La solución fue hacerlo de forma progresiva: un brazo cada día tomando la luz del central. De aquí la Janucá o fiesta de las luces, que se celebra estos días. Alguno sonreirá pensando en lo imaginativamente ahorradores que pueden ser los judíos.

Lo que sí sé por experiencia propia es que en muchas pequeñas iglesias del Norte de España se habrán repartido velas durante la Misa de Gallo celebrada a medianoche. Y que luego los asistentes habrán retornado a casa con ellas encendidas. En los pueblos marineros quizá las habrán dejado en algún atril recordando a quienes están en la mar o se han quedado en ella para siempre. Sobre lo del Gallo no parece haber mucho acuerdo. Unos hablan de la tradición romana (ad galli cantus), otros en el nombre de algún templo... Pero ninguna como la más improbable de todas. La que asegura que en el establo de Belén había un gallo que al nacer Jesús se lanzó a dar fe de tan gran nueva. Así que la venida al mundo del Mesías fue al canto del gallo, todo un especialista en detectar la Luz. Esa Luz que, tornasolada, ilumina a los creyentes cuando se filtra por las luminarias de la gran mezquita de Occidente como hay quien asegura puede leerse en uno de los relatos de las Mil y Una Noches (yo nunca lo he encontrado, pero del libro hay muchas versiones con distintos contenidos). En cualquier caso, seguro que la referencia merecería figurar en las páginas de una de las obras cumbre del genio narrativo musulmán.

Como se ve, la Navidad amalgama muy bien las luces y la narrativa. No es extraño que sea propicia a los cuentos. Aunque con la profusión de análisis socio-psicológicos que últimamente circulan sobre ellos -y que se extienden hasta las figuras más insospechadas de los Belenes- a uno se le va la magia pronto y empieza a contagiarse de los que Savater llama «científicos de la Literatura», sintomatólogos, desmitificadores y otras lindezas. Autores de ensayos muchas veces brillantes y hasta reveladores, pero de lo más grinch a la hora de hacernos meditar sobre la posibilidad de que los renos le estén haciendo bulliyng a Rudolf por tener la nariz roja, de que el burrito sabanero sea víctima de supremacismos o de que los cuentos de hadas sirvan de sutil modelo a los políticos para manejar nuestro subconsciente. Item más, que el ganso Augusto no sea sino un trasunto del hombre de la calle pensando, de buena fe, que la intención al desplumarle... era hacerle luego un jersey (por cierto, que para fe la del director de la orquesta instruyendo coralmente al patio de butacas). Hasta un amigo mío que acaba de leerse El Cuento de la criada me ha avanzado una particular adaptación distópica a la Navidad de su conocido saludo «bendito sea el fruto», al que invariablemente sigue «el señor permita que madure», frases con aromas bíblicos en la dictadura eocrática creada por Margaret Atwood.

Dice Luis Landero que contar no es un juego inocente y que por medio de historias y mitos se han inventado patrias y dioses en nombre de los cuales se mata y se muere. Y cómo desde la experiencia real y desde la imaginación se va atesorando, a través de las palabras, una poderosa magia que puede llevarnos hacia la luz o hacia la oscuridad. Los grandes hechiceros de la comunicación saben muy bien que es más eficaz hablarle al corazón que a la razón. Basta añadir la dosis adecuada de fake news y ya tenemos una de las claves para manejarnos por los tiempos que corren.

Menos mal que estas Pascuas nos permiten recuperar en algún momento la magia primigenia de los cuentos de la niñez perdida. Acaban de felicitármelas con una canción infantil en la que una estrella de mar habla con una del cielo y le dice que le da un trozo de coral si ella le aporta un lucero. Ya se pueden imaginar cómo sigue navideñamente hablando. Claro que, puestos a buscar, cabe encontrar en ella colores rojos, amarillos, estrellas, negociaciones, luceros, ecología... .y vaya usted a saber qué otros ocultos y subconscientes significados. Mejor dejar que los cuentos de Navidad sigan haciendo posibles unas Navidades de cuento.

* Periodista