Si hay algún tópico que define a García Lorca es el de su flamenquismo. Lorca creó dos poemarios de gran trascendencia en la poesía posterior, Poema del cante Jondo (escrito en 1921 y publicado diez años después) y Romancero Gitano (de 1928), que no fueron, especialmente este último, muy bien recibidos por sus compañeros de generación (Bergamín lo vituperó sin piedad), y que le granjearon su estereotipo de gitanista que por cierto él tanto deploraba: «Mi gitanismo es un tema literario y un libro. Nada más», declaró el propio Lorca. De hecho, no volvió, tras el Romancero, a escribir sobre estos temas para evitar precisamente ese encasillamiento y lo que escribió posteriormente se alejó tanto que parecen dos poetas diferentes. Tampoco estos libros, a pesar de su popularidad, están entre lo mejor de su producción y en ellos siguió la estela de Salvador Rueda y sobre todo de Manuel Machado, que fue el iniciador del flamenco en la poesía con su libro Cante Hondo (1912) y la fuente de la que beben los autores del 27.

En 1922 promovió y organizó, junto con Falla y el pintor Ignacio Zuloaga, el Concurso de Cante Jondo de Granada , que a pesar de su importancia en la historia del flamenco, ya que aunque fue un fracaso -de los fracasos a veces se nutre la existencia- también supuso un cambio en la mentalidad respecto al flamenco (palabra que, por cierto, no usaba Lorca; decía «cante jondo»). Porque los años posteriores fueron precisamente los de mayor auge de la vituperada Ópera flamenca , que, se quiera o no, tenía mucho de flamenco aún con sus concesiones populistas y nada «hondas». El concurso pretendía recuperar las esencias del cante jondo y ocurrió justo lo contrario pero le quitó al flamenco aquellas pelusas prostibularias y de bajos fondos e hizo que los intelectuales y el arte en general le prestaran atención. Lorca, con Falla, intentaba revalorizar el flamenco y sacarlo del encierro «en las tabernas mal olientes, o en las mancebías», según escribió Lorca. Ambiente que tantos escritores noventayochistas reflejaron en sus escritos y que también los propios flamencos se encargaron de estereotipar.

Como acto previo al concurso, Lorca dictó la conferencia Importancia histórica y artística del canto primitivo andaluz llamado «cante jondo» . Ya se advierte en ese título las intenciones etnográficas y folklóricas -en el sentido de Demófilo aunque, al parecer, no conocía su obra- de Lorca. El flamenco le interesaba porque le llegaba al alma y además vivía el flamenco en la entraña poética de la cultura andaluza. Pero a Lorca le interesa más la estética y la estética poética, la sabiduría popular del flamenco, -aunque según Manuel Machado entre el flamenco y lo popular hay una gran distancia-, la reivindicación del alma del arte «andaluz primitivo» que la erudición y su comercialidad.

Los dos libros citados supusieron un hito en nuestra poesía, porque casó e incrustó el surrealismo en la tradición poética española y de alguna forma lo popularizó de manera inconsciente. Una popularidad que aún persiste en las letras flamencas y en las creaciones lorquianas de los artistas, desde la propia Niña de los Peines hasta nuestro cantaor cordobés Rafael Ordóñez, por citar a algún artista cercano. Y en ese sentido resulta plausible que no escribiera letras flamencas aunque se hayan interpretado sus poemas en flamenco por Morente, Carmen Linares o Camarón. Pero no lo hizo ni era su intención directamente, quizás porque él interpretaba que esas letras deberían salir no de una creación poética intelectual e individual sino del propio pueblo en el sentido más romántico de esta evanescente palabra.

Por ello, quizás la herencia más importante de Lorca que aún persiste fue el alcance intelectual que le confirió al flamenco cuando aún estaba en las catacumbas de la historia y el acercamiento de las instancias creativas literarias y artísticas al mundo del flamenco era pacato y prejuicioso. Porque Lorca lucha contra una Andalucía tópica, de pandereta; la paradoja es que justamente y sin pretenderlo su contribución a esa Andalucía ha sido decisiva. Es posible que Lorca no fuera un erudito o, como ahora se diría, «flamencólogo»; pero su interés por el flamenco es algo más que una postura. Contribuyó a universalizar este arte tan nuestro y tan de todos.

En este sentido, también fue importante su conferencia dictada en Buenos Aires el año 1933, titulada Teoría y juego del duende. Quizás un texto cargado de tópicos que aún perduran y en el que no habla solo de flamenco sino del arte en general, pero al tiempo pleno de fuerza y de raigambre poética.

La muerte de Lorca fue una de las grandes tragedias de la cultura española. Como dijo Juan Ramón Jiménez y recoge Alegre Heitzmann en su libro Días como aquellos : «No quise, no quiero creer la noticia. Y ahuyento de mí la segura pena con que me golpearía la verdad». H