Si, más allá de las muchas calamidades que se padecen a diario, pensamos nuestro mundo con cierta perspectiva futura, la humanidad se enfrenta a dos amenazas apocalípticas: el calentamiento global y la destrucción atómica. Puede que se relativice esta amenaza, no solo por los interesados en un negacionismo criminal y suicida que obedecen al instinto más egoísta del corto beneficio y «detrás de mí, el diluvio», sino por los que, aun no siendo los responsables directos de estos peligros, habrán de sufrirlos de todos modos. Es, pues, esta inmensa mayoría la que tiene que movilizarse para evitar, como dijo William Shakespeare en El Rey Lear, que los locos sigan conduciendo a los ciegos. Porque cada vez se hace más evidente que esa genial imagen sigue reflejándonos hoy a los mortales: somos ciegos conducidos por locos.

¿O es que acaso no es una locura negar el juicio de la inmensa mayoría de la comunidad científica que certifica un calentamiento global y progresivo de la Tierra y predice que, de seguir así y llegarse a los 3 grados, se pondría en marcha un cambio en las fuerzas de la Naturaleza que conduciría en solo unas décadas a la desaparición de la forma de vida y civilización tal y como hoy las conocemos? ¿O es que acaso no es más que evidente, estadísticas en la mano, que ese cambio no es natural sino antropoceno? (Habría que recordarle a aquellos que sus prejuicios ideológicos les ponen anteojeras, lo que dice Naomi Klein en su libro Esto lo cambia todo. El capitalismo contra el clima, de que «lo verde no es rojo»). Pues bien, Donald Trump, dirigente hoy del país que, junto con China, más contribuye a este calentamiento global por la emisión a la atmósfera de CO2, lo considera un «cuento chino», rechaza los acuerdos de la Cumbre de París sobre el Cambio Climático y va a reducir en un 25% el presupuesto de la Agencia de Protección al Medioambiente (EPA, por su siglas en inglés) y despedir a 15.000 científicos e investigadores.

Terrorífica locura que debe devolvernos la justa visión de este tipo de dirigentes y manifestar nuestro rechazo en el Día de la Tierra, que ha de celebrarse el 22 de abril.

El otro peligro, la guerra nuclear, que nos amenaza como especie parece más cercano, volviendo así al primer plano en el que estuvo durante la Guerra Fría. Hay una involución política con regímenes autoritarios o cuasi totalitarios y un rearme mundial que merece un comentario por sí mismo. Dejémoslo en un punto de partida. Ese conflicto en Corea que terminó en tablas en 1953 parece reanudarse y «suenan tambores de guerra», en expresión mediática. A EEUU, que lleva varios años acumulando efectivos navales en el Pacífico, se le está acabando la «era de la paciencia estratégica» con Corea del Norte, según el vicepresidente Mike Pence; Trump promete arrasar el país asiático si persiste en sus ensayos nucleares; y Kim Yung-un desde Pioyang asegura que está preparado para dar una respuesta nuclear a EEUU. ¿Qué harán las otras potencias que en el mundo son? Los locos buscan su cuerda de ciegos para ponerse en marcha.

* Comentarista político