D esde que empezó el costoso espectáculo de Puigdemont, muchas gentes creen que está guillado, le faltan algunas tuercas, rige mal o, en el mejor de los casos, que tiene los tornillos flojos. Pensamos que, estando dentro de la buena lógica suponer que el individuo no anda en sus cabales, la cosa tiene mas perendengues.

Nuestra opinión se decanta por considerar que estamos ante un provocador compulsivo de los de «después de mí el diluvio», como queda demostrado observando su trayectoria pública desde que Artur Mas, doncel de Pujol, lo situó al frente de la comunidad autónoma catalana.

Basta recordar que proyectó, con sus socios de Esquerra, una independencia a la brava para que los catetos españoles supieran lo que valía un peine catalán, El fondo de la cuestión es que no toleraban que se hubiese disipado la relación existente en los tiempos de González, Aznar y Zapatero. Un pacto tácito que puede resumirse en esta frase: Yo te apoyo en Madrid a cambio de que me subvenciones convenientemente y en Cataluña me dejes hacer lo que me dé la real gana. Pero ese estilo político se fue al traste cuando la señora Sánchez Camacho, jefa del PP en el Principado, se sentó a hablar, grabando la conversación, con la despechada novia, amante, compañera o concubina del hijo del honorable Jordi. Un terremoto que ha terminado con aires de venganza florentina, poniendo en primera fila el independentismo que CiU tenía guardado en la retaguardia.

Para ello, una vez dejada como unos vendos la honorabilidad del honorable que guardaba la herencia paterna en Andorra, optaron por la provocación de saltarse la ley a la torera. Provocación bien orquestada que ha contado con numerosos episodios. Pensemos en la manera que, en sociedad con ERC y CUP, tuvieron de silenciar a la oposición parlamentaria; hacer caso omiso de las resoluciones del Tribunal Constitucional; vulnerar el propio Estatut, que fija la necesidad de contar con mayoría cualificada para aprobar las normas más importantes; declarar, nadie ha llegado a saber si real o simbólicamente, una independencia unilateral que solo ha sido reconocida por grupúsculos de extrema derecha; remedar --estamos hablando, a partir de ahora, de Puigdemont--, con cinismo e indecencia, la declaración institucional del Rey pidiendo el acatamiento a las normas jurídicas de la democracia española; anunciar, a todas las cancillerías europeas que iba a convocar las elecciones autonómicas, y, a media tarde, salir por los cerros de Úbeda, desdiciéndose porque no había conseguido inmunidad para sus actos presuntamente delictivos; huir a Bruselas y, desde allí, con bufanda amarilla, emitir insultos a España y Europa, actitud que puede calificarse de chulapona.

De momento, el último acto del cúmulo de disparates, provocaciones y despropósitos ha sido postular que lo elijan por la vía del plasma, sin acudir al Parlamento, para presidir la Generalitat, pero afirmando, al mismo tiempo, que sigue siendo el president de la República catalana, cargo que no ha podido ejercer porque, si regresara de Bruselas, se convertiría en un preso político.

Es muy difícil vaticinar cómo continuará desarrollándose la astracanada, aunque lo más posible es que el inefable Puigdemont, dentro de pocos días, empiece a navegar como «el holandés errante». Lo que no nos ofrece dudas es que en la Andalucía de los subsidios, tierra donde estaban las mejores bibliotecas del orbe cuando Wifredo el Velloso se espulgaba en la Costa Brava, eso de tener un dirigente «plasmático», no presencial, como ahora se dice, lo llaman «coña marinera», vulgarismo que empleamos para designar las cosas deliberadamente molestas e insufribles.

* Escritor