Qué asombrosos recuerdos para sus amigas y por absurdos, espantosos! Se estremecen al recordar conversaciones y mensajes, lo hacen con vergüenza y horror. Debían haber actuado para evitar el asesinato.

¿Qué sintió ella en aquel Campo de Tiro? Probablemente el chasquido rápido, el golpe seco y repentino sobre su nuca, semejante a un cáustico y sordo breve tiempo en su cerebro.

¿Y él qué sintió? Quizás una fracción de segundo de silencio hasta dirigir la pistola hacia su corazón.

¿Qué se oyó?: el desplome de sus rodillas, el restregar de los zapatos en su agonía, el choque duro y seco de su cabeza contra el suelo . Ya no hubo más estremecimiento en estos dos jóvenes .

No estaba borracho. El asesino estaba loco y se sabía. Sentía odio profundo hacia ella tras el rechazo. El odio, lo mismo que la cocaína, es un estimulante pero no necesita ser aspirado a tragos sino pausadamente.

Han dejado, los dos, de tener alma. El alma de esa joven ha quedado hollada, ultrajada. Ese es el horror esencial de este asesinato: matar al cuerpo, hollar el alma, dejar de sangre una pequeña charca.

Un loco, que odia porque ama, es el actor de este horror esencial, consecuencia errática de un amor sin dignidad que andaba suelto y sin diagnosticar .

La madre de la joven comenzó en tiempo de espera a desesperar. Ahora solo exclama: «Me han quitado a mi hija», «por qué tenía una pistola».

Aquel joven descargó su cólera contra el rechazo de ella. Alimentó, día a día, su indignación y nadie supo poner reparo a ese cerebro dislocado.

Su amiga yacía en el suelo, tal como lo había planeado. Dicen que el entorno del joven lo había pronosticado.

¿Por qué anda tanto loco suelto? ¿Por qué tanta contradicción que nadie percibe y solventa?

* Catedrático emérito de la Universidad de Córdoba