Mientras escribo estas líneas, el recién elegido president, Quim Torra, abandonaba su pretensión de formar gobierno con 'consellers' que se encuentran fugados o en prisión. Al mismo tiempo, después de una moción de censura a Mariano Rajoy, Pedro Sánchez tomaba posesión como nuevo presidente del Gobierno de España con una expresa voluntad de restablecer el dialogo dentro del marco constitucional.

Son dos buenas noticias. Pueden abrir un camino para salir de la desastrosa situación en la que la vía unilateral hacia la independencia ha dejado a la sociedad catalana, más dividida que nunca y muy cerca del enfrentamiento civil. En este magnífico libro se da cuenta de lo sucedido entre 2012 y 2017, sin equidistancia pero desde el rigor analítico.

Pero las buenas noticias no ocultan el hecho de que Cataluña tiene un 'president' vicario de Carles Puigdemont que pretende dar continuidad al proceso independentista; el Govern está en manos de un nacionalista esencialista con tintes xenófobos que considera que Cataluña es una colonia de España sumida en una "crisis humanitaria" y para la que la única solución es aplicar aquí lo que ocurrió en Kosovo.

Lamentablemente, y a pesar del indudable cambio de talante que representa la llegada del nuevo Gobierno a la Moncloa, no hay razones poderosas para el optimismo en el plano político o institucional. Tampoco las hay en el plano social, en el que cada día que pasa se agudiza la creciente división que se está produciendo en la sociedad catalana.

Este clima de fraccionamiento civil propicia el surgimiento de escenas de enfrentamiento en el espacio público --las últimas, en las playas-- que anuncian que lo peor todavía puede estar por llegar. En cualquier momento puede saltar una chispa que haga el juego a los partidarios de la 'solución Kosovo' para Cataluña.

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El relato 'indepe', que tanto éxito ha cosechado como operación de relaciones públicas, se basa en un conjunto de falsedades que se ha tardado mucho en contrarrestar y que, en consecuencia, se han incrustado como verdades incuestionables en la psicología social. Primero fue la cifra mítica de los 16.000 millones de expolio fiscal y ahora va camino de ser el concepto y categoría de "presos políticos y exiliados".

Algunas exageraciones, injusticias y un gran engaño

Durante los próximos años, la tarea de combatir los engaños del independentismo con argumentos y datos seguirá siendo urgente y necesaria. Pero esta labor no será suficiente para comenzar a restañar la herida que hoy padece la relación entre Cataluña y el conjunto de España, o, para ser más exactos, entre la mitad de la sociedad catalana y España.

La ética de la responsabilidad debe ir acompañada por una ética de la convicción, que en el caso que ahora nos ocupa ha de concretarse en un nuevo proyecto reformador para España, capaz de superar la crisis institucional, política y social que vive nuestro país y, al mismo tiempo, útil para atraer a una parte importante de la sociedad catalana que durante los últimos años se ha ido alejando de todo cuanto tenía que ver con 'lo español'. Siendo esa dimensión reconocida como propia por una mayoría de los habitantes de Cataluña, el origen de todos los males, como claramente expone Torra en sus escritos. Y, asimismo, ese proyecto reformador de España necesita ir acompañado por un nuevo y ambicioso proyecto europeo; y en medio de las crisis que está viviendo el proyecto europeo, es el momento de hacerlo.

Y hablando de Europa, voy a Ortega y a su famosa 'conllevanza', que no es hoy la solución, si es que alguna vez lo fue. La abúlica indiferencia de los sucesivos gobiernos de Rajoy tampoco lo ha sido; más bien, al contrario, ha agravado el problema hasta hacerlo casi irresoluble, con una parte importante de la sociedad catalana instalada ya en una desconexión real. Pero, antes o después --y cuanto más tarde, peor nos irá a todos--, habrá que restablecer el diálogo, mejorar la información, extremar el respeto e impulsar las reformas constitucionales, financieras y fiscales necesarias para iniciar una nueva etapa en la vida de nuestro país.

Separar Cataluña de Cataluña

Pero la ambiciosa respuesta política al independentismo catalán desde España no puede hacernos caer en el error de soslayar la dimensión principal del conflicto. Y esta no es otra que la dimensión intracatalana. En efecto, el resultado más relevante que ha tenido el proceso independentista es separar a la sociedad catalana en dos mitades que han endurecido su confrontación y sus agravios. En definitiva, su mayor realización ha sido separar a Cataluña de Cataluña.

Esta división se ha producido en el seno de una sociedad --la catalana-- plural en sus sentimientos de identidad, bilingüe y culturalmente diversa. El independentismo jamás ha aceptado con sinceridad esta pluralidad, aunque la haya proclamado enfáticamente con altas dosis de hipocresía apelando sin cesar a 'un sol poble' del que antes se ha expulsado a los que no comulgan con el ideal independentista.

Más bien, ha hecho todo lo contrario: o bien negarla, asegurando representar a todo el pueblo catalán, o bien asumirla tácticamente con el fin de homogeneizarla a través de un proceso de construcción nacional cuyo último objetivo no es otro que el de la separación de Cataluña de España.

Así, frente a los que estamos convencidos de que sentir identidades múltiples que se complementan --en mi caso, la catalana, la española y la europea-- constituye la mejor manera de construir un 'demos' que supere nuestro trágico pasado, el independentismo sostiene que con la identidad catalana ya tiene más que suficiente. Como dice Torra, "un catalán que aspire a ser español no es nada". Es posible que una parte del independentismo --aquella que vive inmersa en su mundo autorreferencial-- no sea consciente de la realidad plural de la sociedad catalana? No lo descartemos.

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Porque para los nacionalistas, Cataluña no era un país levantado sobre los cimientos de una pluralidad que era esencialmente positiva y fecunda y que había que preservar, no. Para el nacionalismo, dicha pluralidad era una amenaza a su visión esencialista y monoteísta. Y para hacer frente a esta amenaza era necesario reconstruir la Cataluña ideal, la que conectaba con un pasado mítico y puro con el que soñaban.

En este punto es imprescindible realizar una autocrítica desde los territorios del constitucionalismo. Frente a este planteamiento a largo plazo del nacionalismo, el catalanismo no nacionalista, o los sectores sociales ajenos al catalanismo, no fuimos capaces de articular y defender nuestros planteamientos con el vigor y la perseverancia necesarios.

En cualquier caso, este precocinado independentista encontró en la coyuntura de la crisis económica, social, institucional y política iniciada en el 2008, acompañada por el fracaso del Estatut del 2006 y las peripecias de su tramitación, en la que se acumularon todos los errores políticos posibles, el momento adecuado para dar un salto hacia adelante a través de los sucesivos escalones del denominado 'procés'.

Pero para poder dar este paso hacia adelante era necesario hacer saltar por los aires los puentes del catalanismo transversal. Y a esa tarea se ha dedicado con ahínco el independentismo durante estos años, con un razonable éxito. El problema es que el debilitamiento de este espacio catalanista --al que algunos independentistas tienen más tirria que al genuinamente español-- nos ha conducido a lo que ahora estamos viviendo: la separación de Cataluña de Cataluña.

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Llegados a este punto, una tarea se nos aparece como urgente y previa a las necesarias propuestas políticas que han de ir dando respuesta a la crisis catalana. Y esta tarea consiste en evitar que esta división se enraíce definitivamente en los espíritus y haga imposible la convivencia.

Para lograrlo, la palabra clave es 'respeto'. Respeto entre los que mantenemos posiciones contrarias o diferentes sobre el futuro que deseamos para nuestro país. Respeto sobre el que construir un espacio de diálogo en el seno de la sociedad catalana, sin el que carece de sentido el diálogo entre Cataluña y el conjunto de España.

El reconocimiento por parte del independentismo de la Cataluña que no piensa como ellos es el primer paso que nos permitiría empezar a otear el futuro de todos con una brizna de optimismo. Sin tal reconocimiento no podremos establecer un diálogo desde el respeto ni emprender el camino de la reconciliación entre catalanes para volver a unir Cataluña con Cataluña.