Puede parecer exagerado decir que un libro es «necesario». Suele aparecer el calificativo como hiperbólico broche en demasiadas reseñas críticas, en muchas de las portadas que ocupan efímeramente las mesas de novedades editoriales. Tanto es así que, cuando te topas con la rotunda adjetivación de una obra en este sentido («una novela necesaria», «un ensayo indispensable», «un poemario fundamental»), tiendes a pensar que ya será menos, que va a ser que no, que ya está bien de vender humo.

Sin embargo, hace unas semanas tuve entre mis manos un libro necesario, un libro que me hacía falta sin yo saberlo, un libro lleno de vida y misterio, de fulgor y enigmas, de celebración y nostalgia, un libro que consiguió apartarme del ruido, alejarme de la red, un libro que me hizo tanto bien como la lluvia en el desierto.

Hay en este libro una mujer dormida que es todas las mujeres y un hombre que grita con los labios sellados, una voz enamorada dispuesta a cruzar al otro lado de la pantalla, un fervor de criaturas arrojadas por el deseo a una playa que no existe, un violín resonando en una escalera, un clamor de jungla abriéndose paso entre dos cuerpos, la nada acechante tras la cuarta puerta, el desprecio ejerciendo de verdugo, brújulas y mapas calcinándose en el fuego del viaje, semillas y canciones a la espera de ser recolectadas, una casa resplandeciente en la cima del viento.

Hay en este libro celebración y ceniza, un niño a salvo en la fortaleza de su verano inagotable y un niño con disfraz de adulto, la ausencia inconcebible de la madre en la silla vacía, un pájaro picoteando en la boca del estómago del hombre que se muere un poco cada día.

La lluvia en el desierto es la obra completa de Eduardo García, poeta y profesor fallecido en Córdoba en 2016 a la edad de 51 años. La lluvia en el desierto es un volumen lleno de precisión y hallazgos, de lucidez en medio de la duermevela, de versos que te hubiera gustado escribir a ti, versos para echarse a la boca como el que recurre a un caramelo con el que aliviar la garganta y el ánimo, versos en la frontera entre lo real y lo alucinante, versos que abren nuevos horizontes a la vuelta de la esquina, versos que reflexionan sobre el propio oficio de hacer versos, versos trazados con escuadra y cartabón y versos a mano alzada.

Recientemente se ha reunido en nuestra ciudad un grupo de especialistas en la poética de Eduardo García. El coloquio internacional organizado por Rafaela Valenzuela, Pedro Ruiz y Ana Isabel Martín ha servido de marco idóneo para la reflexión en torno a la trayectoria de uno de los creadores más rigurosos y singulares de la poesía española de las últimas décadas, un creador de poemas necesarios cuya vida y cuya obra certifican que, pese a todo, no son tan malos tiempos para la lírica.

* Profesor del IES Galileo Galilei