Pausadamente, sonoramente. Sin viento ni brisa contemplo cómo riega mi terraza cuando me cobijo en el dintel bajo el toldo de color pontificio. No me visita gorrión alguno ni parlotean los loritos en las palmeras. ¡Lluvia benéfica deseada! Día triste para quien desde Alcaudete me ha llamado llorando. Día triste, ni siquiera se quedan los pájaros cantando.

Me ha llamado el único superviviente de tres generaciones. Las dos anteriores, abuelo y padre en escaso lapso de tiempo han muerto, pero en el sentimiento del nieto cantan moribundas. El nieto de 32 años, cuenta la muerte del padre, de 62 años que murió en Francia cuando traía las cenizas del abuelo a España. Ha muerto el padre al caer por una escalera desfiladero y el joven ha tenido que transportar cenizas del padre y del abuelo desde los Alpes franceses al pueblo.

El joven me llama estando al lado de su madre de 56 años, para quien se acabaron los finos colores celestes y rosados. Para esta joven viuda la muerte de su esposo no es madre de belleza alguna sino de pena. Su marido fue a traerse la muerte y en la Francia alpina se encontró con ella. ¿Qué hilandera de entre las Parcas cosió con un hilo estas dos muertes? Ahora queda la viuda como interposición entre el hijo y esas dos muertes. Todo es pasajero y voluble y fugitivo. Pero esas muertes empujan la vida de esa viuda e hijo hacia delante; tienen una vida, dolorida, por delante. La muerte del abuelo era esperada pero la vida del hijo se deshizo, rodando por escaleras, como el ovillo del sol por poniente. Se deshizo, en minutos, en descalabro.

Ahora, el nieto me llama para intentar desentrañar los secretos del abuelo y del padre. Quiere sacarles al aire pidiendo sus testamentos y certificados de sus propiedades. Murió el abuelo en Francia, dejó viuda y una casa donde hay nieve y dos casas donde hay sol permanente en las cercanías de Málaga. A quién pagará los impuestos ¿a Francia o a España?

El padre ha dejado viuda, un taller y de olivos un par de hazas y también se ha ido dejando una fuerte nevada. Escucho al joven y oigo una triste tonada que me relata la extraña muerte de su padre que está en cenizas sepultada. La verdad sepultada ha de declararse a la Hacienda Andaluza para hollar y cavar en el escaso tesoro que abuelo y padre dejaron al joven heredero.

Preocupado este joven, fisioterapeuta, retrasa abrir su consulta en Murcia para poder aclarar el secreto de sus dos progenitores. Si recibe más de 300.000 € de herencia tendrá que buscar más de 30.000 € para satisfacer el impuesto de Sucesiones. ¿Qué es una herencia sino un cuerpo negro y una miseria de ese instante?

El nieto, que me consulta, parece un náufrago en su decepción ante esas joyas frágiles. ¿Qué puede oponer este joven al desengaño? Solo la fe en la vida que le queda por delante, en una soledad grande. Las muertes enlazadas de su abuelo y su padre son cantos de gallos tristes que han marcado su destino; pero se levantará, irá a Murcia; su destino. Y yo, ¿qué puedo hacer? Solo ayudarle.

* Catedrático emérito de la Universidad de Córdoba