La llorera del martes no estaba improvisada, y seguramente es mejor así. Uno prefiere pensar que todo forma parte de una estrategia de confrontación con la víscera ardiente de los sueños, con la megalomanía de un grupo reconvertida en una conquista colectiva. Resulta que al final sí que Pablo Iglesias ha conquistado los cielos de su lanzamiento meteórico, porque después de una vicepresidencia de Derechos Sociales y Agenda 2030 -que viene a ser llenar de bombo y platillo un plato servido con muchos más paños fríos que calientes- parece que ha tocado su techo sideral. Él y su mujer, o su pareja, o la madre de sus hijos, Irene Montero, que es también ministra de Igualdad. Lo que en cualquier empresa española estaría directamente prohibido por el reglamento interno o muy mal visto -esto es, semejante coincidencia de parentesco y cargos-, como estaría también mal visto y criticado en un Gobierno integrado por cualquier otra formación política, en este conglomerado no solo no se discute, sino que se celebra. Dicho lo cual: ya que hemos descendido a esta arena conceptual, disfrazada de fango igualitario, si les sale bien, si el Gobierno va bien, si ambos cónyuges lo hacen medianamente bien al frente de sus carteras de nuevo cuño, aunque sean secretarías de Estado elevadas a rango de reparto de rancho ministerial, estaremos contentos. Esto no es, o nunca debe ser, como la militancia futbolística: o ganan los míos, o perdemos todos, y no me importa nada quién juegue mejor y quién merezca ese laurel alado de toda gloria efímera. Así que si Pablo Iglesias e Irene Montero, si Irene Montero y Pablo Iglesias consiguen ese dilema de gobernar para la totalidad de los españoles, no para los afines o para las cacatúas que repitan las mismas consignas, y además lo hacen con la brillantez de la que ambos son capaces, habrá que brindar por ellos y celebrar también que más gente brillante o aguerrida llegue hasta el Gobierno compartiendo el colchón que los dos se traen de casa. En cualquier caso, estarán conmigo en que la asociación de cargos y de sábanas nos luce muy extraña, teniendo en cuenta que en ningún otro contexto se permiten estas alianzas.

Pero no son los únicos que llaman la atención. Tenemos dos cordobeses con genio y gallardía, con perfiles distintos y significación: Carmen Calvo, vicepresidenta de Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria, y Luis Planas, ministro de Agricultura y Pesca, sobre cuyos logros europeos en los acuerdos pesqueros, con noches heroicas de negociación y amaneceres que parecen sacadas de las memorias de Alberto Oliart sobre la Transición, escribíamos hace poco. Carmen Calvo es una mujer con fuerza que no estará sola en esa senda de los elefantes de la vicepresidencia, porque se encontrará -ahí es nada- con Pablo Iglesias -ya lo hemos dicho-, Nadia Calviño -Economía y Transformación Digital- y Teresa Ribera -Transición Ecológica y Reto Demográfico-, con lo que las manos derechas del presidente Sánchez se convierten en una mano entera, un poco como aquellos Five Points que dividían el centro de la trama en Gangs of New York, la película de Martin Scorsese sobre el origen de las mafias neoyorquinas y esas cinco calles, con una a la cabeza, que podían cerrarse en un puño con el crecimiento de la ciudad dentro. Aquí lo que tenemos dentro de la mano es un país cuyo nombre no puede citarse sin que cualquier cruzado antifranquista de nuevo cuño te acuse de facha, con una retahíla de nuevos ministerios que deben de hacer felices a sus protagonistas, pero que deja perpleja a una ciudadanía estupefacta que en estas circunstancias de recesión rumiante al otro lado de los sueños solo piensa en la multiplicación del gasto.

Hay muchos más nombres, porque hay que repartir: Fernando Grande-Marlaska amenaza con seguir regateándonos un Estado de garantías como ministro de Interior, Isabel Celaá seguirá hablando de conflicto político en Cataluña como ministra de Educación y Formación Profesional y José Luis Ábalos, como ministro de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, nos recordará que una buena homilía puede espesar el tráfico hasta dormir al asfalto. Manuel Castells, como ministro de Universidades, nos puede desvelar cuántas naciones desconocidas habitamos, Pedro Duque nos hará soñar con galaxias lejanas como ministro de Ciencia e Innovación y lo de Alberto Garzón, como ministro de Consumo, quien lo probó lo sabe. En fin, que lo hagan bien a su manera y pensando en el bien de todos, que al final es el nuestro.

* Escritor