Cada vez que Pere Gimferrer publica un nuevo libro de poesía la noticia rompe el molde de la literatura. Es decir: cada vez que Pere Gimferrer publica un libro, es noticia. Esto, para empezar, ya es una diferencia. Uno abre los periódicos del día, tras la rueda de prensa, y encuentra las secciones de cultura coronadas con los titulares de pólvora líquida de su nueva entrevista, que pueden ir desde una mirada historicista al procés --«Cataluña fue independiente solo 18 años de su historia y no de España, sino de Francia, entre 1641 y 1659. Y los segadors de hoy no son los mismos de entonces, de eso estoy seguro»-- hasta la devoción por Madonna, que implosiona mediante una correa de transmisión eléctrica y carnal que conducen a este poeta joven hasta otros mitos: Marilyn, sí, pero mucho antes la explosiva Mae West. Cine, en suma. Cine y literatura, noches en el Ritz que siempre orbitan con una gravedad propia en la galaxia de Pere Gimferrer. Quizá, precisamente, sea La muerte en Beverly Hills uno de sus títulos lejanos que emparentan, aunque solo sea en el ritmo y la extensión de las composiciones, con el libro que acaba de presentar en Madrid: Las llamas, que como sus anteriores No en mis días y Per riguardo han sido bellamente editados por la colección Vandalia de la Fundación José Manuel Lara.

Aparecen Las llamas con su fe de voltaje, con su viento de fuego devorando el vacío. Todo es fuego en este libro nuevo de Pere Gimferrer: todo es nueva génesis del mundo a través de su magma original, de su núcleo encendido con su fiebre de incendio. Todo es terminación, todo es comienzo, bajo la llama viva del amor. Por eso estos poemas arden como también se encendió su primer oleaje con su Oda a Venecia ante el mar de los teatros. Si el primer libro fundacional de Pere Gimferrer fue aquel mítico Arde el mar, en Las llamas el círculo se cierra como fermentación del amor, de la fe en la palabra y en la vida como escritura pública y privada desde lo que no existe, que es también materia sideral y voltaica en la página en blanco como la voz azul de Mallarmé. Cuerpos que se encuentran en la noche escarpada como meteoros en la luz, la cabeza simbólica en la mano tallada en el marfil de su lenguaje, las noches no vividas que nos miran de frente, el teatro como una juventud levitando en las aguas, la perla de los ojos al relampaguear, la noche como hoguera con su lava volcánica que nos hace decir: seremos lo que fuimos. Hay un ciclo lunar, un fin no ya de época, sino de mundo, de existencia total, porque estamos en una etapa pre verbal que también se anticipa a su acabamiento. Estamos en un texto sin tiempo como en El club de los hachisinos de Gautier, pero con una diferencia: que aquí el chasquido interno, esa superación de la condena convencional del tiempo, no la logra ninguna sustancia alucinógena, sino la alucinación lúcida del lenguaje, con esa cacería del ciclón que arde igual en los muebles que en las rosas del día, en el carro de la comedia antigua que en la noche de hierro. Todo es fuego, todo arde, todo es llama en este nuevo libro de Pere Gimferrer que deja atrás el poema torrencial de sus otras entregas recientes y recorta el fogueo metafórico para alcanzar la esencia de las palabras puras.

Está presente Cántico en el cántico, está presente Córdoba: «el cordobán del cuerpo de la noche». Pero hay también algo del recorte lírico, de la cristalización limpia en las imágenes del Pablo García Baena de Los campos elíseos. Hay una apuesta decidida y única por el amor como materia estelar de salvación, como fuego compuesto de amalgamas con una única fábula que al final nos importa. Fuego, amor, germinación y mar: «En la calima de la noche en llamas / caminan los difuntos por el mar». Caminan, nos asisten. Pero todo es un espejismo. Porque «los vivos, en la fronda de los muertos, / donde penden las brasas de los árboles / dejan caer las nieves del amor». Tenemos también guiños como «la polvareda del rufián de pólvora / se ríe cuando estalla el armazón».

Después volvemos a la careta del fuego del amor, porque la literatura ha sido esto también desde las aves de rapiña de Aristófanes. Teatro griego y Shakespeare es la balsa ardiente de este libro, su corriente interior de luz y duermevela. Protegemos la hoguera que sigue calentando y es a la vez nueva, porque ampara y sorprende. Poeta siempre joven según la idea de Octavio Paz y ganador del Nobel si los académicos aciertan, Las llamas es su fuente de eterna juventud fuera del tiempo.

* Escritor